Mujeres contra las cuerdas

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Por Elizabeth Castro

06 April 2018

Ocurrió hace unos días en Japón. En un video que se hizo viral se ve a un político de una ciudad de la región de Kioto que se desploma sobre un ring de lucha de sumo, el deporte nacional del país asiático. De inmediato un grupo de personas se abalanza hacia el cuadrilátero para salvarle la vida.

En principio las imágenes no tienen nada de especial, pues no es la primera vez que se le administran primeros auxilios a alguien en apuros. Pero lo particular de esta escena es que las mujeres que corrieron para darle respiración boca a boca y masaje cardiaco —al menos una de ellas era una enfermera— causaron un verdadero revuelo en el estadio. Ante la mirada atónita de los hombres que las rodeaban, por megafonía un árbitro les ordena que abandonen el círculo donde yace Ryozo Tatami, el alcalde de la localidad, al que las socorristas intentan resucitar. En medio del caos, las buenas samaritanas son apartadas.

Resulta ser que en esta práctica milenaria las mujeres tienen estrictamente prohibido el acceso al dojo (así es como se denomina el lugar de práctica), ya que su condición “impura” podría contaminarlo. No es de extrañar que hace dos mil años dentro de la tradición sintoísta esa creencia estuviera extendida. Los orígenes de esta lucha libre están relacionados a rituales para propiciar buenas cosechas, y se creía que la presencia de mujeres en el círculo donde los dos luchadores se enfrentan podía provocar la ira de los dioses.

Lo que sí resulta insólito es que en pleno siglo XXI las mujeres en Japón puedan llenar las gradas junto a los hombres para seguir tan pintoresco combate, pero se las ahuyenta del sagrado “dojo” como si fueran las mismísimas brujas de Salem. De poco sirve que se trate de una potencia a la cabeza de la tecnología con sus famosos edificios “inteligentes” y trenes balas (shinkasen), cuando aún perviven las rémoras de una sociedad profundamente machista en lo que respecta a desigualdad de sexos en salarios, puestos en la política o quehaceres domésticos. Todavía apegados a usos ancestrales, en Japón una mujer no puede ocupar el trono imperial.

Está ese Japón de la tecnología punta; los chicos y chicas a la vanguardia de la moda más estrafalaria; un Tokio instalado en una posmodernidad que evoca a Blade Runner con sus enormes pantallas que nunca duermen. Se dice que en el país nipón conviven la modernidad más rabiosa con la tradición de las geishas, los templos, los samuráis, la ceremonia del té, la espiritualidad de Kioto, la antigua capital imperial. Pero más allá de la nostalgia y la vistosidad de ciertas costumbres, las viejas tradiciones pueden ser el refugio de prejuicios perniciosos que no acaban de extinguirse.

El escándalo que han provocado las solícitas mujeres en un ring de la ciudad de Maizuru ha avivado el debate sobre la discriminación que sufre el género femenino en Japón a pesar de que conforma la mitad de la audiencia en los estadios de sumo. Un ortodoxo defensor del deporte nacional llegó a decir que no se puede permitir que las feministas se apoderen del dojo. Que se lo pregunten al alcalde que se desmayó y estuvo a punto a morir por una hemorragia cerebral antes de que lo socorrieran unas mujeres. Seguro que el señor Tatami ya no antepone la tradición a su propia vida.

Periodista.

@ginamontaner