Ella se llamaba Julia

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Por Inés Quinteros

03 April 2018

Corría la década de los Treinta del siglo pasado. El Salvador era un poco más que una provincia que languidecía bajo el conservadurismo criollo, católico y militar, que se impuso a partir de su independencia de España.

Las sucesiones presidenciales se decidían en los cuarteles, no en las urnas, mientras que el campesinado era mantenido deliberadamente ignorante. Absolutamente falto de educación, su única aspiración era vivir para cultivar la tierra de los terratenientes.

Según los informes de la época, el ingreso de los terratenientes era insultantemente alto, si se comparaba con el ingreso que percibía un campesino por su jornal. En 1920 un hacendado ganaba 500,000 colones al año, mientras un trabajador ganaba cincuenta centavos al día, o sea 168 colones al año. No era inusual que a los campesinos se les pagara con monedas acuñadas por los mismos hacendados, que solamente tenían valor en las tiendas del terrateniente, con lo cual el campesino carecía de movilidad –ya que no podía utilizar su paga en otra parte que no fuera en esa finca en particular–, con lo que vivía en un estado de semiesclavitud.

La pobreza de los campesinos, su falta de educación, la inexistente movilidad social, el asfixiante conservadurismo y su hermano, el poder militar, fueron el caldo de cultivo aprovechado por el Partido Comunista salvadoreño liderado por Farabundo Martí, para promover la revuelta campesina de 1932.

La revuelta no fue espontánea, el Partido Comunista estaba ya activo, infiltrando sindicatos, así como la Iglesia Católica (en las iglesias de Izalco se repartían panfletos que promovían la idea de “Jesús fue el primer comunista”). Por su parte, las condiciones sociales estaban dadas y el apoyo de la Unión Soviética estaba ya presente.

Lo que precipitó la revuelta fue el golpe de Estado llevado a cabo por el general Hernández Martínez en diciembre de 1931, el cual, a la vez que removió de su cargo al presidente Arturo Araujo, desconoció los resultados electorales municipales que favorecían a candidatos comunistas en algunas alcaldías.

Farabundo era un burgués, citadino, secretario del Partido Comunista, que respondía directamente a las órdenes enviadas por Stalin, mientras que el líder campesino de la revuelta era Feliciano Ama, Mayordomo (jefe) de la Cofradía del Corpus Christi de Izalco. Ellos dos, Farabundo y Feliciano, han sido tradicionalmente considerados como las cabezas visibles de la revuelta.

A quien poco se menciona es a mi antepasado: Julia Mojica. Desciendo de la línea sanguínea de Julia. Todavía mi abuela visitaba a sus parientes en Izalco a finales del siglo pasado. Según la historia familiar, Julia era una comunista de línea dura, quien, junto a Feliciano Ama y Francisco Sánchez, actuó como lideresa campesina en la revuelta.

Según las historias transmitidas por los familiares, la fiereza de Julia en el combate era tal que hasta la “Guardia reculaba” cuando ella lideraba el ataque. Mujer que hizo sentir su autoridad con una Winchester en una mano y un machete en la otra, hasta que su revolución fue extinguida a sangre y fuego por las tropas del general Maximiliano Hernández Martínez.

Feliciano fue capturado y ahorcado. Julia huyó al monte. Vivió exiliada en situación de precariedad, sobreviviendo en estado semisalvaje (viviendo en una cueva), hasta que la persecución militar cesó y finalmente pudo regresar a su casa, donde vivió con la sencillez propia de las personas del campo, hasta su muerte. Por su idealismo político perdió todo: amante, amigos, parientes y el poco dinero que tenía.

Mi pariente lejana, Julia Mojica, representa a todos aquellos que creyeron en las falsas promesas del comunismo de un futuro mejor y que, por ese sueño, estuvieron dispuestos a regar –con abundancia– la tierra cuscatleca con sangre de propios y extraños. Lo paradójico del caso, casi a 100 años después de la revuelta indígena, nuestro pueblo aún continúa soñando con un futuro de prosperidad para todos. Viendo a mi país y a sus políticos, me pregunto ¿será que algún día la podremos alcanzar?

Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica