Mi Cristo Roto...

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Por Elizabeth Castro

27 March 2018

Estamos iniciando la Semana Santa y conmemoramos ese momento trascendental reflejado en la Pasión de Cristo. Considero propicio compartir una reflexión del padre Ramón Cué S.J., “Mi Cristo Roto”.

Cuenta el padre Cué, que andando por Sevilla entró a una tienda de antigüedades y le llamó la atención un crucifijo roto, sin cruz, el cual lo conquistó desde el primer instante en que puso ojos en él. Era un Cristo mutilado, además de no tener cruz, le faltaba media pierna y su brazo derecho entero y, aunque conservaba la cabeza, no tenía rostro.

Discutía el precio del crucifijo con el vendedor cuando se acordó de Judas y se preguntó para sí: ¿no era aquella también una compraventa de Cristo? Pero… ¿cuántas veces no compramos y vendemos a Cristo?, no de madera, sino que de carne, en Él y en nuestros prójimos. Nuestras vidas muchas veces son compraventas de Cristo.

Al estar a solas, cara a cara con el crucifijo se preguntó: —¿Quién se atrevió a mutilarlo de semejante forma y manera? Y Cristo le respondió: —¡Cállate!, Yo ya lo perdoné y me olvide de todos sus pecados. Ante mis miembros rotos ¿no se te ocurre perdonar a seres que ofenden y mutilan a sus hermanos los hombres? ¿Cuál es mayor pecado: mutilar una imagen de madera o mutilar una imagen viva de carne y huesos, en la que habito por la gracia del bautizo?

El crucifijo permaneció roto y mutilado, no se reparó, porque Cristo lo que quiere es que “al verlo roto te acuerdes de tus hermanos que están rotos, aplastados y mutilados, porque no tienen posibilidades de trabajo, porque les han cerrado los caminos y opciones. Sin carne, porque les han quitado la honra, todos los olvidan y les dan la espalda. A ver si así, roto y mutilado te sirve, para ver el dolor de los demás...”.

¿Adónde está su brazo derecho? La mano derecha que es luminosa anda por ahí, invisible pero eficaz, se mete en todas partes, en el lecho de muerte, en la oficina, se cuela por todos lados. No podemos dar un paso en la vida sin tropezar con la mano de Dios.

El Cristo Roto solo tiene la mano izquierda, la tiene no para evitar que lo crucifiquen sino para evitar que su Padre nos condene, para salvarnos del infierno. La mano izquierda busca atajos, rodeos; es cálculo, no tiene prisa. Si es necesario actúa a distancia y finge la voz, aunque siniestra no es traidora, porque la mueve el amor.

Para cada alma Dios tiene dos manos, pero empleadas de modo distinto, porque cada alma es diferente. Con la derecha, Dios llama a ovejas dóciles como Juan Evangelista, Francisco de Asís… Para conquistar a Pedro, a San Agustín, tuvo que ocupar la izquierda para ablandar sus corazones.

Cuando sufrimos tragedias tendemos a echar la culpa a Dios, le gritamos, le emplazamos, le protestamos, le exigimos, le gritamos: ¡si fueras Padre no me tratarías así! Y luego nos quedamos solos, sucede el cansancio.

Con el tiempo las lágrimas son más serenas, empezamos a rezar sin protestar, encontramos a Dios y aceptamos su voluntad... Terrible y violenta, dura pero bendita la mano izquierda de Dios. Se formulan absurdas expresiones: Son benditas las tragedias porque estas nos acercan a Dios. Si no basta para salvarnos la ternura de Su mano derecha, con la izquierda lo hace, disfrazada de fracaso, calumnia, ruina, accidente, muerte.

Finalmente, ¿quién de nosotros no ha encontrado una cruz? Todos, buenos y malos, sanos y enfermos. Y nuestra cruz no la podemos cargar si no tenemos a Cristo. Mi Cristo Roto descansa en tu cruz.

Columnista de El Diario de Hoy.

resmahan@hotmail.com