Culto a la personalidad

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Por Elizabeth Castro

20 March 2018

No hay otra manera de decirlo: su éxito habría sido imposible sin la mezcla explosiva de su sed de atención y la expansión exponencial de las redes sociales. Muchísimo más joven que el promedio de figuras que trabajan en su área, llamó la atención de inmediato. Los medios también se favorecieron e intentaron explotar ese mercado de atención, tanto ofreciéndole generosas coberturas de las idioteces que publicaba en sus redes sociales personales, como siguiendo hasta el último rumor de sus controversias, específicamente en lo que su trato a las mujeres respecta.

“Pero es innegable que tiene talento”, dicen quienes le miran sin escepticismo alguno, aceptando como verdad la cuidadosa y curadísima imagen personal que con tanta intencionalidad trata de cultivar. A estas alturas, ya no es relevante su talento, puesto que ya no es eso lo que intenta venderle a sus audiencias. Ahora lo que vende es un producto y el producto es él. Su personalidad es ahora una marca, y lo que vende es un culto a sí mismo, favorecido e impulsado por su total ausencia de humildad, capacidad de autocrítica, y por el hecho de que desde siempre —incluso desde sus inicios en la vida pública— se ha rodeado de aduladores que jamás han querido (o sabido) contradecirlo. Su padre, una figura pública de hechura propia, con frecuencia le dedicó generosos panegíricos y elogios públicos, demostrando que el trato de figura encumbrada en un pedestal se le dio, probablemente, desde la casa.

Es imposible encontrar un título profesional en su currículum. Lo que a cualquier persona promedio se le exige y requiere al postularse a distintas posiciones laborales, algo tan básico como terminar una carrera universitaria y que para tantos es un privilegio que él fácilmente podría haberse costeado con su fortuna personal, no es algo que le interesó. ¿Para qué? Al final, el culto a su personalidad se basa exclusivamente en su imagen y no en su substancia. Claro, los estudios no se correlacionan necesariamente con éxito o inteligencia. Pero el desprecio al tipo de esfuerzo que requiere terminar una carrera es informativo: dice leguas sobre el carácter, sentido de privilegio y superioridad que tiene una persona.

“¡Pero la juventud lo adora!”, dicen quienes han caído a sus pies, confundiendo carisma con liderazgo, y patanadas con rebeldía. “Tiene una influencia innegable en redes sociales”. Es un peligro enorme confundir fama con virtud, pues la sed por la primera lleva en más veces que nunca a ofuscar cualquier intento de conseguir la segunda. Si, gran parte de sus seguidores son jóvenes, pero no todos los jóvenes son fácilmente disuadidos por la marca y el culto a la personalidad. Hay muchísimos más interesados en la substancia y en el carácter de las figuras que escogen como modelos, más que en el envoltorio de mercadeo en el que él tan cuidadosamente se ha convertido.

Por supuesto que estoy hablando de Justin Bieber, el arrogante cantautor canadiense que demuestra su ignorancia, soberbia y su falta de capacidad de autocrítica cada vez que abre la boca o a menudo, en su uso de las redes sociales. Pero si la columna les hizo pensar en una figura política salvadoreña que se muere por ser presidente, es señal de que quizás tenemos algo de qué preocuparnos, porque por lo menos a Bieber no le interesa la política.

Lic. en Derecho de ESEN,

con maestría en Políticas Públicas

de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg