Para evitar excesos

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Por Elizabeth Castro

09 March 2018

En los Estados Unidos se ha desatado una epidemia. No es un virus que se esté propagando en la población y que amenace con copar los sistemas de salud. Es una epidemia no infecciosa pero que tiene el potencial de afectar significativamente la vida de las personas. Se trata del impresionante aumento de denuncias de acoso sexual que se ha registrado de un tiempo para acá en esa nación. Los casos más sonados son de figuras prominentes del mundo del entretenimiento y de la política. Ya no veremos películas que lleven en sus créditos iniciales The Weinstein Company, y tampoco volveremos a ver a Kevin Spacey en House of Cards. Harvey Weinstein y Spacey ya están fuera de circulación, y al parecer con justa razón.

La cuestión no es que se denuncie a los que, aprovechándose de su poder o posición, traten de aliviar su calentura de manera incorrecta. Estos se lo tienen bien merecido, a la justicia con ellos. El problema es que, con el malestar general producido por casos graves y legalmente sustentados que han acaparado la atención pública, se están viendo muchas denuncias absurdas. Algunas tienen como objetivo intereses personales, otras una motivación política, y otras simplemente el estrellato momentáneo. Situaciones que ocurrieron hace treinta años y que no pasaron de un simple flirteo se están denunciando como acoso, dando al traste con carreras, reputaciones y familias. Cuando se hace una denuncia de acoso sexual la vida del denunciado ya no vuelve a ser la misma por más inocente que sea.

El acoso sexual es un delito grave. Pero con el afán de prevenirlo a veces las formulaciones legales se vuelven extremas y califican como tal conductas que no lo son. El flirteo puede a veces resultar incómodo pero no es delito. La actriz Catherine Deneuve lo expresa mejor que yo: “El acoso sexual es un crimen, pero la seducción insistente y torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”.

Imagínense los lectores unos años atrás, cuando estaban saliendo con sus actuales esposas. Debió llegar el momento en que tuvieron que traspasar el límite de lo permitido por la amistad, e ir más allá. Tuvo que haber este traspase sin el cual ahora seguirían solteros y sus esposas casadas con otro. Ese “más allá” podría haberse tomado como acoso con base en leyes demasiado abarcadoras en las que los términos no están bien definidos. Esto pasa en otros países y pasa también en el nuestro.

Las leyes tienes como fin mejorar la convivencia social, disuadiendo excesos o previniendo peligros, pero no deben llegar a dimensiones que penalicen conductas que solo son parte de la naturaleza humana. La impunidad es muy negativa pero es peor castigar al inocente.

Sería fácil escribir un artículo sobre lo malo que es el acoso y aplaudir leyes draconianas para prevenirlo. Sería lo políticamente correcto, pero no estaríamos viendo la otra cara de la moneda. Mi objetivo al escribirlo es simplemente porque he visto con tristeza muchos casos de personas que han visto sus vidas arruinadas por denuncias que solo han tenido como propósito el chantaje o la venganza.

A los que son muy entusiastas de endurecer leyes y no les importa que caigan inocentes porque son “daños colaterales” sería bueno recordarles que tienen hijos varones. No vaya a ser que en el futuro alguna amiga conflictiva los denuncie por cosas que solo pasaron en su imaginación.

Médico psiquiatra.

Columnista de El Diario de Hoy