Una elección más

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Por Elizabeth Castro

09 March 2018

Circula un video por redes sociales en el que se escucha a un alto dirigente arengar a sus compañeros de Mejicanos (“nosotros los buenos”), a quienes incita a sacar a pedradas de los puestos de gobierno a los burócratas que no atienden las necesidades del pueblo (quienes después de los resultados de las elecciones se han convertido súbitamente en “ellos, los malos” o, en las palabras del dirigente: “esos h.d.p. que no entienden por qué están en los cargos de Gobierno, hay que echarlos a la m...”). Tal, según él, la razón por la que su partido perdió aparatosamente el sábado.

En campos pagados de dos páginas enteras y a todo color, un precandidato a la presidencia del otro partido se congratuló por haber trabajado hombro a hombro, y de confín a confín patrio, con sus hermanos partidarios. Evidentemente, parece creer que fue gracias a ese esfuerzo —que a él le parece inmenso— que su partido ganó en las pasadas elecciones.

¿Por qué ninguno de ellos sorprende? ¿Por qué resultan tan predecibles esos políticos? Porque su comportamiento se ajusta a los postulados básicos de la Teoría de la Atribución (proceso por el que las personas explican las causas de hechos y conductas) postulada por Heider hacia mediados del siglo pasado; las personas —ingenuos detectives— tratamos de encontrar sentido y razón a las cosas que suceden en nuestro medio como, por ejemplo, los resultados de las elecciones. Si bien no sorprenden, insisto, sus explicaciones —por equivocadas— sí preocupan. Y mucho.

El día previo a las elecciones, mi vecino de columna Carlos Mayora atinadamente nos recordó que la democracia es un sistema que permite que diferentes grupos minoritarios puedan coexistir pacíficamente. Es importantísimo entenderlo: votan las personas, no los partidos. Muchas personas son miembros de partidos políticos, concedido: pero también hay muchas más para quienes, sea por rasgos de personalidad o por consideraciones intelectuales. Esas agrupaciones resultan difíciles de digerir: así les cueste, prefieren su independencia. Para todas esas personas, el voto por rostro es un gran avance. Al miembro de un partido le da lo mismo: no siente asco alguno al marcar una bandera; otros, en cambio, entienden que en todos los partidos hay cafres impresentables y personas de respeto, por lo que prefieren tomarse el trabajo de dilucidar a quién darán su voto. Así, aunque no le acierten siempre a los mejores, funcionan como filtro de calidad adicional al que deberían hacer los propios partidos, para quienes el voto por rostro parece no resultar tan grato.

La pasada elección, que desplazó al FMLN de la Asamblea y de los gobiernos locales, podría llegar a ser la penúltima con el FMLN en el poder. Si en la próxima fuese también desplazado del Ejecutivo, el Frente deberá exhibir la misma estatura política que se debe reconocer a los demás cuando debieron entregar el poder. Entonces sí que el país habría madurado en su democracia: todos los partidos políticos de importancia habrían ya detentado y entregado el poder. Para cesar la guerra se aceptó que solo agrupados en partidos políticos los ciudadanos podríamos acceder al poder. Los partidos deben entender que solo acceden al poder por las personas ¡y que lo pierden por la ineptitud de las personas que designan! Si quieren subsistir (salen muy disminuidos luego de estar gobernando) los partidos políticos deberán aprender bien la lección: o funcionan bien mientras les permitimos detentar el poder o los botamos votando.

Un dato feliz que no se ha destacado suficientemente: no hubo violencia electoral ni muertes que lamentar, dato que El Salvador agradece. En “El efecto ‘script’” Luis Mario Rodríguez resume y dimensiona apropiadamente los avances y baches de esta elección. Una elección más, gracias a Dios. (Los millennials no alcanzan a comprender la emoción que sentimos los salvadoreños nacidos antes de 1970 al poder decir “una elección más”. Espero que usted nunca lo olvide: muchos murieron por esto).

Psicólogo y columnista

de El Diario de Hoy.