El voto nulo

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Por Elizabeth Castro

02 March 2018

José Saramago es el único portugués, a la fecha, ganador de un Premio Nobel: el de Literatura en 1998. Dejó varias novelas que vale la pena leer, son buenas. Murió ya, en 2010, de leucemia. Respetado intelectual, comunista la mayor parte de su vida, escribió una dura Carta Abierta a Fidel Castro en la que lo criticaba por la situación en Cuba y le demandaba que liberara a los presos políticos, carta que, si mi memoria es fiel, le valió su expulsión del partido comunista. ¿Raro, no?

Una de sus novelas, “Ensayo sobre la lucidez”, puede estar al origen de esta fiebre del voto nulo. (En los cuentos que yo solo me cuento imagino a algún políticuelo nacional deslumbrado al leer dicho libro y deseando llevarlo a la práctica acá).

En esa novela, “durante las elecciones municipales de una ciudad, la mayoría de sus habitantes decide ejercer su derecho al voto de una manera inesperada. El gobierno teme que ese gesto revolucionario, capaz de socavar los cimientos de una democracia degenerada, sea producto de una conjura anarquista internacional o de grupos extremistas desconocidos. Las cloacas del poder se ponen en marcha: los culpables tienen que ser eliminados”. Tal un apretado resumen. Léanlo, les va a gustar. Tiene buenas escenas y describe algunos oscuros personajes que bien podrían ser calcos de los que por acá hemos conocido.

Según el Código Electoral vigente, cuando los votos anulados sean más que los votos válidos, una elección puede declararse nula. Es el objetivo pretendido por algunos de los que votarán nulo en la elección de mañana. Deberán conseguir más votos nulos que los que consigan todos los partidos políticos en conjunto, lo que pinta muy ilusorio. De conseguirlo, no cabe duda de que sería un humillante revés para los actuales partidos políticos. ¡Qué vergüenza! ¡La mayoría de la población no votó por ustedes! El voto nulo se habría convertido en un voto no solo de reprobación sino también de oprobio. Algarabías y cohetes de los votantes que anularon su voto. Lo consiguieron. Elección Anulada. Felicidades y parabienes. Por un rato. Porque después…

¿Qué sigue? Otra elección, imagino; con otros candidatos, sospecho (aunque esa condición deberá aplicarse solo para las elecciones presidenciales ¿se imaginan lo que sería cambiar a los candidatos a diputados? ¡El aquelarre! ¿De qué mal salimos si éstos son los mejorcitos de cada casa?). Nueva elección. Algún partido gana. ¿El nuevecito de ellos? ¿Qué les hace pensar que sus candidatos se comportarán mejor que los actuales? En este sentido les haría bien entender lo que en psicología se conoce como el Error Fundamental de Atribución, pero ya no hay tiempo de explicarlo. Las elecciones son mañana.

En verdad, la cosa no es sencilla. Porque la aspiración final —totalmente válida— es la de protestar por la manera rastrera de hacer política que hemos venido sufriendo. Entonces me acuerdo que hay unos artículos pétreos en la Constitución que anulan, de entrada, la posibilidad de hacer cambios en el sistema de gobernarnos que nos dimos al final del siglo pasado, pero ése es el campo de rábulas, políticos y abogados así que mejor opinen ellos. Y entonces nos acordamos de la guerra, “ese monstruo grande que pisa fuerte”, justificación suficiente para que tales artículos estén escritos en piedra. Por eso prefiero seguir mi propia recomendación de votar por pocos.

Votos nulos. Ya mañana veremos qué tantos resultan ser. Pero por pocos que sean ¡No se duerman políticos! Entiendan los vientos que les soplan: o empiezan a ver cómo cumplen lo que prometieron o recibirán su merecida patada en las cuatro letras de atrás. Ya se nos ocurrirá la manera, que para eso somos ingeniosos los salvadoreños. Lástima que no recuerdo cómo termina la novela de Saramago. Mejor, excusa para releerla.

Psicólogo

y columnista

de El Diario de Hoy.