La vieja fórmula

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Por Elizabeth Castro

21 February 2018

Los seres humanos recurrimos a la costumbre y a las fórmulas que han probado ser exitosas para lograr nuestros resultados en el pasado. Si bien tenemos la capacidad de ser innovadores, hay situaciones apremiantes donde lo viejo conocido resulta más efectivo.

No hay situación más evidente para ejemplificar este punto que una campaña electoral. El mundo del mercadeo y la publicidad da pasos agigantados y sus profesionales (los más éticos y talentosos, al menos) cada vez encuentran formas más sofisticadas de conectar con potenciales consumidores, empoderándolos y ‘co-creando’ contenido y narrativas envolventes. Sin embargo, en el mundo de la política no hay tanto espacio para la experimentación y se tiende a optar por las viejas avenidas.

Dentro de pocos días, los salvadoreños acudiremos a las urnas para elegir a diputados, alcaldes y concejos municipales por los próximos tres años. El tortuoso proceso que nos está llevando al famoso “Día D” ha sido uno de propuestas trilladas, jingles de mal gusto y promocionales varios, como escobas, discos de tonadas navideñas y cántaros. Nada que aspire a un León de Cannes, galardón máximo de la publicidad.

Hay, sin embargo, en el universo de promesas una que siempre me llama la atención. Y digo siempre porque entre la marea de ofertas es de las más recicladas y sin la cual la temporada electoral se siente tan vacía como las navidades sin fuegos artificiales.

Cada tres años, cuando el país se aproxima a los comicios, más de algún diputado propone una reforma constitucional para blindar el matrimonio como una unión exclusivamente entre hombre y mujer así nacidos. Al estilo de los atletas de velocidad, que al aproximarse a la meta estiran su cuello para ganar unos últimos metros, muchos aspirantes a una diputación ven esta promesa como un último recurso para garantizar algunos votos extra, además de un par de notas periodísticas y tiempo de aire.

Con esta iniciativa que no puede faltar —y de hecho no ha faltado al menos en los últimos cuatro comicios— los candidatos que la abanderan apelan al sector más conservador del voto en El Salvador, ese que se opone sin reservas a refrescar instituciones como el matrimonio o que se niega a repensar las restrictivas y contraproducentes regulaciones de interrupción de embarazos, por ejemplo.

Estas propuestas no empoderan al ciudadano, no le hacen partícipe de un debate sensato y racional de ideas, ni identifican una prioridad de país en la que un candidato pueda ofrecer sus mejores talentos y cualidades para salir adelante. Son argucias emocionales para permanecer en sus cargos.

Me atrevo a decir que hasta se aprovechan de los electores y sus valores y creencias. Si esto fuese un eje programático serio, a lo largo de la legislatura se plantearía una discusión al respecto. Pero no. Se juega como último recurso a trece días de las elecciones y en esta ocasión, el desafortunado portador de esta “innovadora” propuesta es el diputado Ricardo Velásquez Parker, quien ha hecho del discurso conservador su principal apuesta.

Este lunes, el legislador arenero que busca la reelección por el departamento de La Libertad volvió a presentar la iniciativa. Más allá de estar en contra del contenido de la misma, me limito a cuestionar lo que me parece un malicioso tiempo político y una manipulación. ¿O no le parece al sector conservador que lejos de haber batallado por este punto con constancia y consistencia, lo está explotando como último recurso?

Una vez más, lo viejo conocido sustituye a un proceso legislativo de calidad, que empodere, que promueva discusión, que involucre.

Mi primer impulso es, claramente, cuestionar al legislador y sus formas de hacer campaña. No se vale aprovecharse de temas emocionales a pocos días de la elección para ocultar una falta de propuestas sustanciales. Pero hay un tema subyacente que me provoca mayor preocupación: la falta de agencia o protagonismo de los electores.

Que esta desagradable fórmula de reventar cohetes emocionales a pocos días de la elección siga pasando es señal de lo permisivo que es el elector salvadoreño. Un elector que cansado del sinsentido usual, se cansó de exigir pero nunca castigó. Un elector que tiene nuevamente el poder de impedir el oportunismo, pero que no sabemos si lo utilizará. Un elector que en febrero o marzo de 2021 seguramente volverá a escuchar esta iniciativa de reforma constitucional. ¿Apostamos?

Columnista de

El Diario de Hoy.

@docAvelar