El “gaslighting” de Trump

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Por Elizabeth Castro

19 February 2018

Una palabra que con la victoria electoral de Donald Trump ha comenzado a circular en los medios de comunicación estadounidenses, es “gaslighting”. Aunque no hay una palabra equivalente en español, la expresión se refiere a la manipulación mental que intenta hacer alguien con poder para hacerle creer a su audiencia que aquello que definitivamente dijo no fue más que un invento de la audiencia, un figmento de su imaginación, en otras palabras, el hacerle creer a alguien que su propia mente está jugándole un truco.

En Estados Unidos, la palabra se está empezando a usar a menudo debido a la asquerosa tendencia que Trump tiene de jamás reconocer un error o una mentira y proceder a complicadas acrobacias mentales para negar lo dicho anteriormente. El intento de hacerle “gaslighting” a alguien en pleno Siglo Veintiuno es simplemente cinismo descarado, puesto que existe más de una manera de probar que la persona está mintiendo: con YouTube o Twitter es difícil que las cosas que la gente con poder dice en situaciones públicas se queden fuera del archivo de la historia. Normalmente quienes emprenden semejante táctica deshonesta y sucia, son también quienes dedican considerables porciones de su retórica política a descalificar y desestimar a los medios de comunicación, un pilar tan importante para cualquier democracia transparente y con ciudadanos informados.

En nuestro país es el mesías de las nuevas ideas quien, como parte de su novedoso ideario está intentando importar la deshonesta táctica política del “gaslighting”. El 14 de enero de 2018, ante una cámaras que lo grabaron y una audiencia cautiva, pidió como “favor” que en la próxima elección de marzo, como no habría nuevas ideas en la papeleta, la gente anulara su voto, o “si le da pereza quédese en la casa”. Lo anterior es una transcripción, palabra por palabra, de lo dicho por el actual alcalde capitalino mientras andaba haciendo campaña presidencial en Morazán. Ahora, y ante las preguntas de los medios intentando hacerle rendir cuentas de sus irresponsables palabras, en vez de ser dueño de lo dicho y responsabilizarse, el alcalde dice que nunca ha hecho tal llamado, que simplemente señaló que no ve “a nadie por quién votar”. No solo demuestra deshonestidad, sino irrespeta a su audiencia, al creernos incapaces de darnos cuenta que nos está mintiendo.

Si bien el voto es un derecho que se ejerce libremente, y dentro de esa libertad se incluye la anulación del voto, que el mesías de las nuevas ideas haga un llamado abierto a sus seguidores a que anulen el voto no solo es un escupitajo al sistema democrático que tanto tiempo nos ha costado construir, sino también la clara demostración que un gobierno dirigido por este político sería uno donde no cabría el diálogo o la capacidad de llegar a consenso alguno a menos de que sea él el centro y fin del trato. Decir que su ausencia de la papeleta equivale básicamente a una falta de oferta política solo puede nacer, o de la desesperanza absoluta que solo el peor tipo de nihilismo puede inspirar, o de un caso extremo de narcisismo. Ninguna de las dos opciones son características deseables en alguien que se está intentando venderse como el líder ideal para llevar al país a un progreso luminoso.

Citando a Salvador Samayoa, la “imbecilidad” de pedir anular el voto implica pensar que el electorado es incapaz de distinguir la porquería de la honestidad. Valdrá la pena demostrar que con ciudadanos informados, el “gaslighting” no funciona.

Lic. en Derecho de ESEN con

maestría en Políticas Públicas

de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg