El Trumpudo

Todo salvadoreño decente debe sentirse ofendido por los inapropiados calificativos del presidente norteamericano, pero a la vez todos debemos aceptar que tenemos mucho que hacer para volver a transformar el país en lo que era.

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Por Elizabeth Castro

22 January 2018

La expresión insultante, racista y xenófoba utilizada por el Presidente de los Estados Unidos de América respecto a El Salvador resulta ser más apropiada para una persona vulgar y sin educación que del presidente de la nación más poderosa del mundo. No obstante, tan penoso capítulo nos debe mover a la reflexión ¿cómo es percibido El Salvador en el extranjero?

En la década de los 60 y 70, El Salvador era percibido como el “Japón de Centroamérica”, con gente trabajadora y dispuesta a la colaboración. Contábamos con una pujante agroindustria basada en la producción de café con calidad de exportación, importantes plantaciones de algodón y caña de azúcar. Éramos un lugar atractivo para la inversión en tecnología: iniciamos la producción de aparatos tecnológicos de alto valor agregado, antes de que Singapur siquiera soñara con el desarrollo que ahora posee.

Fuimos la sede para celebrar el certamen de belleza “Miss Universo”, el cual colaboró para generar simpatía internacional por nuestro pequeño país —el País de la Sonrisa— todo ello por la calidez de sus habitantes, su desarrollo económico, social y humano. Ese evento fue un importante escaparate internacional para destacar la belleza de nuestras playas y volcanes, así como el atractivo de su gente, posicionándonos como un lugar preferente para el turismo internacional.

¿Qué le pasó a ese país tan prometedor? La respuesta no es tan compleja como parece. Los gobiernos militares de corte conservador, unidos al sistema extractivo-mercantilista del que se aprovechaba la oligarquía criolla, miopemente, se resistía a implementar cambios sociales de corte democrático, que eran exigidos por los activistas populares y respaldados por los intelectuales; sirviendo esa resistencia al cambio, como plataforma para impulsar actitudes más radicales entre los jóvenes universitarios, abriendo las puertas de esa forma, en diversos círculos sociales e intelectuales, a la influencia del partido comunista en El Salvador.

Derrocado el gobierno militar y con la errada convicción de que con ello se detendría la simpatía del pueblo por las corrientes socialistas-comunistas, el gobierno socialista y populista de José Napoleón Duarte procedió a decretar una nefasta reforma agraria que marcó la destrucción del agro, de la cual éste nunca se recuperaría, generando con ello la pérdida de miles de empleos en el campo, lo cual fue el inicio de las primeras masivas migraciones internas del campo a las ciudades, que crearon los primeros cinturones urbanos de pobreza, que aún hoy constituyen los lugares de surgimiento y refugio de las maras y desde donde se controla el tráfico de drogas.

La prédica de la teología de la liberación por parte de algunos sacerdotes católicos, con la correspondiente infiltración comunista en colegios y universidades, así como en los colegios públicos, estos últimos, de la mano del sindicato de maestros “Andes 21 de Junio”, contribuyeron a sembrar el “odio de clases”. La polarización que vivimos ahora en El Salvador es la consecuencia directa de esa educación orientada al odio.

La guerra civil prolongada destruyó la infraestructura nacional, dinamitando puentes, postes, generadores de energía eléctrica, sin contar las empresas saboteadas por los sindicatos afines a la guerrilla o incendiadas por los insurgentes. Secuestros y asesinatos de importantes inversionistas nacionales e internacionales y de algunos diplomáticos, pusieron a nuestro país como un destino extremadamente peligroso para la inversión, diezmando de esa forma su tejido productivo y borrando a El Salvador del mapa de países que constituían una opción para los inversionistas internacionales.

Con la guerra se provocó un segundo éxodo, esta vez del país hacia el extranjero, provocando la separación de las familias. Los jóvenes salvadoreños viviendo en Estados Unidos se vieron en la necesidad de organizarse para defenderse de las pandillas de afroamericanos, estadounidenses y mexicanos, creando con ello el caldo de cultivo para el surgimiento de las maras que, eventualmente, fueron importadas a El Salvador vía la deportación de esos muchachos. Ese hecho, junto con la ruptura familiar propia de la inmigración ilegal que fracturaba a las familias y en muchos casos, dejaba a los jóvenes en manos de abuelos, que no podían ni querían tener la responsabilidad de su crianza, lo cual, junto a la falta de oportunidades y educación, a la violencia y a la endémica pobreza, marcó el surgimiento de las maras que ahora asolan a nuestro país y que nos han convertido en uno de los países más peligrosos del mundo.

Todo salvadoreño decente debe sentirse ofendido por los inapropiados calificativos del presidente norteamericano, pero a la vez todos debemos aceptar que tenemos mucho que hacer para volver a transformar el país en lo que era: un lugar bonito a donde vivir, del cual nos sentíamos orgullosos. La responsabilidad no solo es de los políticos, sino de todos nosotros, empezando por la más básica: ejercer el voto de forma pensante. El que tenga oídos, que oiga.

*Abogado, máster en leyes.

@MaxMojica