Cuatro latas mal puestas

Si tenemos una sociedad enferma es, consecuentemente, porque tenemos una educación enferma. Las penosas condiciones de infraestructura de las escuelas públicas son solo la parte visible del problema.

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Por Elizabeth Castro

19 January 2018

El martes pasado este periódico publicó en portada una foto de “aulas” del Centro Escolar Cantón El Zamorán, jurisdicción de San Miguel. Se trata de espacios abiertos, sin paredes, pizarra, piso ni puertas; en la foto hay un grupo de estudiantes sin uniformes ni zapatos escolares… es decir, se ve hasta dónde llegan las carencias de algunas escuelas públicas. Lo que no faltaba, como también se ve, es entusiasmo: los niños están atentos, los maestros y maestras en su faena.

No es una excepción. Cualquiera que haya estado en un centro escolar público sabe de las lamentables condiciones materiales en que muchos se encuentran. Lo recogía El Faro el año pasado en un reportaje titulado, precisamente: “Radiografía de un sistema educativo en ruinas”, en el que expone con rigor la atroz situación de varias escuelas a lo largo y ancho del país.

La entradilla del artículo es elocuente: “La educación de El Salvador padece enfermedades crónicas. Para comprender qué se esconde tras nuestros constantes fracasos en la Paes, El Faro te invita a analizar 20 variables en más de 5 mil escuelas públicas del país, leer el diagnóstico de expertos y hacer un recorrido a pie por centros escolares clave. ¿Nos importa cómo se educa el país del futuro?”… La respuesta cae por su peso: claro que nos importa. Lo que no está tan claro es si a las autoridades de educación, al Estado, les importa tanto como a nosotros.

No hay duda de que en esta deficientísima forma de educar que tenemos se encuentra buena parte de las causas —y en su remedio la solución— de los principales problemas sociales que padecemos: pobreza, violencia, discriminación, polarización, corrupción, inseguridad, etc.

La educación es más, mucho más que estudiar algunas asignaturas o adquirir habilidades y capacidades para el trabajo; su principal función es humanizar a las personas: por la educación entendemos que no somos únicos, y que somos parte de un todo de mayor envergadura: la sociedad, la nación.

No hay república si no hay educación: es el medio por el que nos integramos en la sociedad, el modo como las personas aprendemos a convivir con los demás, a respetar las ideas de los otros como medio para exigir que se respeten las nuestras, a comprender que el Estado no es algo abstracto o separado de la vida de cada día, a hacernos responsables de la nación; la educación es el medio por antonomasia que la sociedad tiene para defenderse de sí misma.

Si tenemos una sociedad enferma es, consecuentemente, porque tenemos una educación enferma. Las penosas condiciones de infraestructura de las escuelas públicas son solo la parte visible del problema. El mensaje que reciben todos los días de su vida los niños que asisten a clases en esas condiciones, los maestros y los padres de familia, es que son transparentes para el Estado: ellos, para las autoridades, no existen.

Un mensaje que se amplía por las endebles condiciones de seguridad imperantes en los lugares donde viven, por los muertos que diariamente se encuentran en la calle, por la presencia ubicua de pandilleros, por las extorsiones, asaltos y abusos… y que se confirma al acudir a instalaciones de salud pública y ser tratados como no-personas, al abordar el transporte colectivo y jugarse la vida cada día, al ver el descuido de los espacios públicos, etc.

Todos los días de nuestra existencia, y desde que tenemos conciencia de nosotros mismos, recibimos con hechos, no con palabras este mensaje: el Estado no sirve para nada. Es —si acaso— la excusa perfecta para el bienestar y enriquecimiento de quienes ocupan puestos públicos, y poco más.

Quién diría que las cuatro latas mal puestas de las aulas en El Zamorán pueden ser una metáfora de lo que, como nación, nos pasa.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare