...Y es tan largo el olvido

Esta ha sido mala semana: dos velorios seguidos. Los padres de dos de mis compañeros de aulas y juegos, luego de vidas fructíferas, descansaron de esta dimensión humana.

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Por Elizabeth Castro

19 January 2018

Que los tiempos han cambiado no le queda duda ni al más ciego de los mortales. Han cambiado para todos. Para bien en algunos aspectos y para mal en otros. Hay cosas, sin embargo, que parece que permanecen iguales: los retos que nos presenta la vida, el impacto de la muerte, la vivencia de los sentimientos. Dije que parece que no han cambiado, porque analizadas con mayor detenimiento, hasta esas cosas ya no son iguales.

Hombres y mujeres nacemos para aprender, unos con mayores facilidades, otros con algunas limitaciones para hacerlo. Pero todos aprendemos. A excepción de las conductas fuertemente marcadas por los instintos (las cuales también tienen su componente de aprendizaje social, mal que les pese a algunos), aprendemos de todo: a leer, a hacer cálculos aritméticos, a conocer el mundo que nos rodea, a controlar nuestras emociones. Aprendemos a amar y perdonar, a robar y defraudar, a ser honestos y responsables. Todo lo aprendemos. Y no siempre por las buenas.

Lo único cierto que tenemos los humanos es la muerte. Eso, lo creo, es lo único que no cambiará. La muere no nos gusta, no es agradable, ni en aquellos casos que —vistos desapasionadamente, si es que alguna muerte puede verse así— constituye una verdadera liberación del sufrimiento de quien ya sufría la vida. La muerte nos asusta. Por mucho que las confesiones religiosas nos quieran convencer de que pasaremos a un mejor estado, para nuestra condición de humanos la muerte no es grata. (Creer que si nos “portamos bien” vamos a estar mejor, reconforta, pero no es motivo de alegría). Esta ha sido mala semana: dos velorios seguidos. Los padres de dos de mis compañeros de aulas y juegos, luego de vidas fructíferas, descansaron de esta dimensión humana.

Cuando Neruda publica sus insuperados versos “20 poemas de amor y una canción desesperada” no está pensando en la muerte. Todo lo contrario, exuda vida, fuerza, pasión. Tiene 19 años y el mundo por delante. Inexperto en muchas cosas de la vida, como todo joven, cuando escribió “Es tan corto el amor y es tan largo el olvido” no se equivocó. Siempre nos parecerá corto el tiempo del amor. Y cuando bien amamos, no nos alcanzará la vida para olvidar. Sea el amor de la naturaleza que sea.

Pero ese es, justamente, el recurso del verdadero amor: vence al olvido. Ni en los detalles de la persona amada (gestos, aromas, sabores, anécdotas) ni en sus rasgos generales (sus enseñanzas, sus rutinas, sus manías, su ejemplo, su vida) el olvido puede entrar. El amor hace siempre el milagro de renovarse, aun y cuando la otra persona ya no esté con nosotros. Ya he confesado cómo, en las más diversas ocasiones, me descubro ¡todavía y continuamente! conversando con mi padre, con mi madre. Les hago comentarios, preguntas, les pido consejos. Nuestras vidas estarán siempre teñidas de los tonos con que las pintaron aquellos a quienes tanto amamos. Puedo imaginar el dolor de mis compañeros. No importa que tenga quince, treinta o cincuenta años, la partida de quienes hemos amado siempre nos dejará un hueco imposible de llenar…

Lo mismo sucede cuando un amor romántico termina ¿no es cierto? Excepto cuando el amado no vale la pena. Dolerá terminar, porque siempre duele, pero entre más rápido lo olvide, mejor. Les sucede también a algunos funcionarios cuando les toca dejar sus puestos: algunos no pueden superar la separación, otros prefieren huir para que nadie se los recuerde…

*Psicólogo y columnista

de El Diario de Hoy.