Cincuenta

Si saben de alguien a quien el desamor lo ha dejado cínico, cuéntenle de mis papás. Cuéntenle que no fue suerte y que no fue necesariamente “felices para siempre”.

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Por Mirna Navarrete

15 January 2018

Dato curioso: ¿sabía usted que si se casa en sábado, el aniversario número cincuenta de su boda lo celebrará también en sábado? Si bien una persona con inclinaciones matemáticas no encontraría nada de curioso en un dato como este, los simples mortales dependemos de las experiencias de aquellos que han logrado la impresionante proeza de permanecer casados cinco décadas para poder confirmarlo. Lo anterior es mi caso, porque tengo la suerte de tener papás a punto de acumular juntos el impresionante kilometraje de las bodas de oro.

La próxima vez que sus hijos, querido lector, le pidan permiso de ir a una fiesta y su paternidad responsable le empuje a la duda, piense que los míos se conocieron en una fiesta a la que sus papás los dejaron ir. Si su hija, querido lector, tiene dudas sobre si vale o no la pena ir a una fiesta, cuéntele que mi mamá no tenía tantas ganas de ir a esta, y que de hecho estaba tan aburrida que terminó frente a una librera, espiando títulos de libros y que fue ahí donde la encontró mi papá. Si usted, querido lector, tiene amigos enamorados pero inseguros de si deberían casarse o no, cuénteles que mi papá, a pesar de estar enamorado, tampoco estaba seguro al cien por ciento de si se quería casar, y que, si no hubiera sido por un ultimátum bien puesto, habría cinco décadas de historias que no estaríamos contando y ocho hijos que no existiríamos.

Si saben de alguien a quien el desamor los ha dejado cínico, cuéntenle de mis papás. Cuéntenle que no fue suerte y que no fue necesariamente “felices para siempre”. Fue, como la mayoría de historias de amor de la vida real, “felices mientras tanto”, y el “mientras tanto” significa en la vida real, los retos complicadísimos y hasta absurdos que tira la vida en un día a día. El “mientras tanto” incluye ordinarieces como el tráfico o el mal humor hasta obstáculos como desempleos inesperados e inoportunos, complicaciones de salud, y muertes familiares. Y en cada “mientras tanto” mis papás dijeron que sí. Con esa fidelidad y visión de largo plazo es que acumularon ocho hijos que requerrían atención de hijo único y que venían con el reto de estirar sueldos, bajar ruedos de pantalones usados por más de una persona y de echarle agua a la sopa. Y la verdadera proeza fue que cada año de esos cincuenta lo hicieron ver fácil e incuestionable, de la misma manera que un gol de Messi le hace pensar a cualquiera que eso del fútbol no es más que piernas y pelota.

Ahora que celebramos que tienen cinco décadas de estar juntos, y que han vivido más tiempo en un proyecto de vida común que en un proyecto de vida individual, tuve la tentación de preguntarles, después de un día ocupadísimo y sobrado de nietos e hijos que no hemos aprendido a esperar nuestro turno para hablar, si habrían hecho alguna cosa diferente. Quería saber, solo para acumular evidencia empírica de que puede existir una persona que a uno le haga feliz toda la vida, si eso de los cincuenta años juntos los hacía tan felices como a nosotros. Lo comparto, querido lector, por si conoce desesperanzados, o si como a mí, este tipo de cosas le matan de curiosidad. Según mi papá, pasar cincuenta años con la misma persona significa que, en sus palabras, si se muriera mañana, moriría contento. Y en mi opinión, cualquier proyecto de vida que resulta en ese tipo de paz mental, vale la pena.

*Lic. en Derecho de ESEN

con maestría en Políticas Públicas

de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg