Ofender al caballo

Queda claro que Trump tiene un concepto racista y de supremacía racial, que, desgraciadamente, ha superado su conducta personal y tiene ecos importantes en su política internacional.

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Por Elizabeth Castro

12 January 2018

Donald Trump creció en un exclusivo barrio en Queens, Nueva York. En 1973, según reporta en un artículo The New Yorker, la familia Trump fue noticia porque el padre de Donald se negaba rentar apartamentos a ciertos ciudadanos debido a su color de piel. En los ochentas, sigue informando la revista, cuando Trump era el dueño de varios casinos en Atlantic City, algunos de sus empleados reportaron que el actual presidente de los Estados Unidos prefería no contratar afroamericanos para trabajar en sus empresas.

Sus exabruptos “juicios sumarios” despectivos contra mexicanos, haitianos, nigerianos, etc. durante los últimos años se podrían recoger en esta nota, pero no nos quedaría espacio para decir más cosas… Lo cierto es que el personaje que nos ocupa ha mantenido una actitud abiertamente racista lo largo de su vida de negocios, de su campaña presidencial, y de sus actuaciones públicas.

Después del suceso de los países “shithole”, entre los que nos incluyó, ¿alguien puede tener alguna duda de que Donald Trump es no solo racista, sino, además, deslenguado? Si parece pato, camina como pato y hace cuack al abrir el pico…

La Casa Blanca, en lugar de negar las declaraciones, las ha matizado a través de su Oficina de Prensa y de su vocero Raj Shah (paradójicamente un descendiente de indígenas norteamericanos), declarando que lo que en realidad quiso no fue insultar los países de los que provienen algunos inmigrantes, sino aclarar que al presidente “le preocupa encontrar soluciones permanentes que hagan más fuerte a nuestro país, acogiendo aquellos que puedan asimilarse dentro de nuestra gran nación y contribuir al crecimiento de nuestra economía”.

Con lo que, en lugar de arreglar algo la metedura de pata, no hizo más que ahondar el mensaje equívoco al confirmar implícitamente que los ciudadanos de El Salvador, Haití, Sierra Leona y Liberia ni son productivos económicamente hablando, ni pueden ser asimilados por la sociedad norte americana. A lo que John Cassidy, autor de la nota de The New Yorker, que citamos, dice: “la declaración de la Oficina de Prensa demuestra que los profundos prejuicios raciales se extienden más allá de la oficina oval dentro de la Casa Blanca”.

Mi opinión es que, ante las declaraciones de marras, y las actitudes de siempre del presidente Trump, el foco de la discusión debería mantenerse en su persona, no en quienes le atacan a raíz de lo que ha dicho o hecho, ni en quienes lo defienden (que los hay).

Tal como están las cosas, queda claro que Trump tiene un concepto racista y de supremacía racial, que, desgraciadamente, ha superado su conducta personal y tiene ecos importantes en su política internacional. Es algo que no puede tomarse a la ligera. Si así se hiciera, por el principio de la coherencia que se supone a toda persona tanto en sus dichos como en sus hechos, muchas de sus declaraciones en materia económica, ética, política, sociológica, habrían de tomarse como intrascendentes; con lo que implica no tomar seriamente lo que diga o haga el hombre “más poderoso del mundo” (aunque, a decir verdad, quizá no lo sea tanto, pues demuestra con más frecuencia de la deseable que no es capaz ni de sujetar su propia lengua).

Ya lo dice la sabiduría popular: “si el villano se hace caballero, insulta al caballo y al escudero”… Y, en esas estamos: hay un hombre fuerte en el salón oval. Con una fortaleza que desborda a veces incontroladamente: ofende no solo la institución que representa, sino también a quienes preside y simboliza.

Menos mal que ya hemos entendido, por experiencias propias, que lo que diga un presidente o las políticas públicas de un gobierno, no representan el sentir de la mayoría de ciudadanos.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare