El 77 en una botella...

Una helada caló hasta los huesos de los salvadoreños en la Nochebuena y fin de año, sobre todo los que fueron a conocer la novedad del Teleférico San Jacinto. Para entonces era inminente el frío desde octubre.

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Por Elizabeth Castro

23 December 2017

Cuarenta años han pasado desde esa gélida pero mágica Navidad de 1977, cargada de emociones, alegrías y sueños, con luces de neón, olor a pólvora quemada y música disco al estilo de John Travolta y Tavares.

La época de Navidad de ese año no comenzó en diciembre ni en noviembre sino en octubre, con las ofertas de “estrenos” de moda y electrodomésticos de Simán, Kismet, Leroy, Bigit y la Camisería Española, para mencionar algunos comercios, por radio y televisión.

Una helada caló hasta los huesos de los salvadoreños en la Nochebuena y fin de año, sobre todo los que fueron a conocer la novedad del Teleférico San Jacinto. Para entonces era inminente el frío desde octubre (los vientos de octubre) porque la capital y el país en general estaban más poblados de árboles.

Lo que es la carretera a Comalapa era una montaña que fue partida en dos a pura dinamita para abrir paso a la vía, entre las colonias Luz, Montserrat y Vista Hermosa, adonde ahora están construyendo el paso a desnivel Navarra y donde pululábamos los “babyboomers” soñadores y temerarios de la zona.

En los cines se estrenaba “La Guerra de las Galaxias” y “La espía que me amó”, con el tema musical de “Nobody does it better” (“Nadie lo hace mejor”), interpretado por Carly Simon, que competía con “Mandy”, de Barry Manilow, y “El Año del Gato”, de Al Stewart.

Pero el impacto musical de fin de año quizá lo marcó “Don’t worry, baby” (“No te preocupes, nena”), una canción de los Beach Boys que había vuelto a popularizarse en la voz de B.J. Thomas, el mismo de “Gotas de lluvia caen sobre mi cabeza”.

Entonces “The Eagles” lanzaron “Hotel California”, que fue la número uno de ese año, y Queen institucionalizó “We are the champions”, al mismo tiempo que los morenitos de Tavares impactaban en la televisión con sus impecables trajes blancos de pantalones acampanados y con su clásica “More than a woman (Más que una mujer)”.

Por supuesto que parada obligatoria para nosotros eran las ventas de discos para comprar long plays o de 45 RPM con esos éxitos, los cuales, por cierto, están volviendo a estar de moda y en Europa los coleccionistas los compran a buen precio.

El centro de San Salvador lucía despejado y bastante limpio, pues las ventas ambulantes se concentraban en los alrededores del Mercado Central y frente al Telégrafo, en la 5a. Avenida. Se podía andar tranquilamente vitrineando, pasar a misa a la iglesia de El Calvario, comer un postre en McDonald’s frente a la plaza Morazán, deambular por las calles y regresar en el último bus de las 11 de la noche, sin temor a pandillas, masacres diarias o descuartizamientos a media calle.

La vida familiar se amenizaba con programas de televisión como Chespirito, Los Polivoces y el clásico “Fin de Semana” o “Las puntadas de Aniceto”.

Pero también ese año comenzó a intensificarse la violencia política, sobre todo tras el denunciado fraude y la consiguiente masacre del 28 de febrero en la plaza Libertad, el asesinato del padre Rutilio Grande, la intervención militar de localidades como Aguilares y la represión de las marchas del BPR y el FAPU, que solo consiguió atizar más el fuego revolucionario encendido por la guerrilla urbana que luego integraría el FMLN.

Monseñor Romero clamaba por “una Navidad sin presos políticos (de la guerrilla y la oposición de izquierda) y sin secuestrados (empresarios o diplomáticos plagiados por organizaciones insurgentes que terminaron asesinando a muchos de ellos, como el industrial Roberto Poma, el canciller Mauricio Borgonovo Pohl, diplomáticos y hombres de empresa japoneses y de otras nacionalidades, así como salvadoreños).

Pero su demanda a través de las populares homilías en Catedral o en la radio YSAX encontraba oídos sordos.

La agitación social se manifestaba en canciones de protesta como el Cristo de Palacagüina y Quincho Barrilete, de Carlos Mejía Godoy, quien se llegó coronar como ganador del festival OTI con esta última canción.

Podría seguir compartiendo tantos recuerdos, pero cierro con unos versos de Jim Croce: “Si pudiera guardar el tiempo en una botella, la primera cosa que me gustaría hacer es guardar cada día hasta que la eternidad se desvanezca...

“Si pudiera hacer que los días durasen para siempre, si las palabras pudieran hacer realidad los deseos, guardaría cada uno de los días como un tesoro y luego, otra vez, los pasaría contigo...”.

*Periodista.