Un cuento de Navidad

Roberto no quería ir porque no estaba de humor —nunca lo estaba— para encontrarse una vez más con Martín, su hermano menor, con quien disentía en todo, principalmente en cosas de política...

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Por Elizabeth Castro

23 December 2017

Roberto llegó tarde. Como todos los años. Cristina, su esposa, venía detrás de él con el gesto de quien está cansada de discutir con su marido insistiéndole para que fueran a pasar la Nochevieja con don Tono, papá de Roberto, principalmente porque era el primer año en que doña Carmen no estaría con ellos. De hecho no fue Cristina quien logró que se decidiera a ir, sino sus hijas gemelas —Irene y Daniela— que no estuvieron dispuestas de ninguna manera a pasar la Navidad sin estar con papá Tono, su abuelo.

No quería ir porque no estaba de humor —nunca lo estaba— para encontrarse una vez más con Martín, su hermano menor, con quien disentía en todo, principalmente en cosas de política.

La cosa no pintó nada bien desde el primer momento. Martín recibió a su hermano enfundado en una camiseta roja absolutamente inapropiada para la ocasión. A ninguno pasó inadvertida la mirada de reprobación que Roberto dedicó a su hermano, ni la sonrisa sarcástica con que éste lo saludó, acompañada de un frío “buenas noches”.

Se dirigió inmediatamente al bar y se sirvió un whisky doble, que empezó a beber sin dilación. Se preguntó si esta Navidad iría a terminar como la del año pasado, y la del anterior, y todas, marchándose furioso a casa después de discutir agriamente con el Tin… y se hizo el propósito de pasar la noche en paz. Al fin y al cabo —se dijo— para que haya pelea hacen falta dos, y él se sentía agotado antes incluso de comenzar a discutir.

Lo sacó de sus reflexiones la voz de Martín, que le decía: “Entonces, Beto, ¿cómo está eso de que este año vamos a manipular las elecciones para hacernos con la mayoría en la Asamblea?...” y sintió que la sangre le subía por la cara hasta acumulársele en las sienes. Sin embargo, se contuvo. No supo de dónde sacó fuerzas y con la mayor amabilidad que pudo dijo: “Tin, mirá, esta noche, por respeto a la memoria de mamá, ¿podríamos dejar los asuntos políticos de lado?”.

Pero su hermano no cejó y empezó a hablar de la panda de hipócritas que era la bancada de la oposición, pues mucho “¿dónde está el dinero?”, de “sobriedad en el gasto” y “otras mi...”, y bien que se habían embolsado el bono navideño.

Estaba a punto de contestarle que más hipócritas eran los desalmados que por quedarse con el pisto, habían vaciado de medicinas los hospitales públicos, cuando el estrépito de platos y vasos que caían al suelo captó su atención. Los dos miraron hacia el mismo sitio y vieron a su padre tendido en el piso.

Todo pasó muy rápido. Levantaron entre los dos a don Tono, quien, gracias a Dios, estaba bien, se había tropezado en un pliegue de la alfombra y en su caída había agarrado una esquina del mantel, tirando al suelo la vajilla. Entonces repararon en dos sobres que tenía asidos: en uno decía “Beto”, en el otro “Tin”.

Eran sendas cartas que su mamá había previsto les entregara Tono la noche de Navidad. Abrió cada uno la suya, la leyó en silencio, alzaron los ojos simultáneamente y su mirada encontró la mirada emocionada de su hermano. Se fundieron en un abrazo.

Irene, que no pudo vencer la curiosidad cogió la carta de la mano de Roberto, su papá, y leyó para sí: “Beto, querido hijito, cuando leas esto ya no estaré entre ustedes. Le he dicho a tu papá que les dé a ti y a tu hermano esta carta la noche de Navidad. Desde el cielo estaré pidiendo por ustedes dos. Recuerda siempre: en esta vida hay cosas más importantes, mucho más importantes, que tener razón. Te quiere con toda el alma, mamá”.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare