La época más feliz de su vida

Esta época de Navidad es propicia para conseguir liberarnos de esos feos recuerdos que nos mantienen prisioneros en la tristeza, en la opacidad, en la infelicidad. Haga el intento. Si luego de tratarlo en serio no lo consigue por sí mismo, busque ayuda profesional. Pero hágase el favor de dejar ir esa memoria. Perdone...

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Por Elizabeth Castro

23 December 2017

A usted no le debería caber duda alguna de que nuestras percepciones son selectivas. Vemos, oímos y olemos lo que conseguimos percibir, no lo que la realidad “objetiva” nos ofrece. Diez personas distintas verán diez diferentes películas, aunque todas hayan pagado por la misma función y estén sentados en butacas contiguas. ¿Ejemplo? Véanos a los salvadoreños. Nuestro país no puede ser más pequeño y, sin embargo, todos lo percibimos diferente, ¡algunos hasta lo ven como un paraíso inmejorable! No reflejamos la realidad como una cámara; apreciamos la realidad desde nuestra propia historia, desde la emoción del momento, desde lo que significa para nosotros ese momento. Esa interpretación es más fuerte que la propia realidad. Es lo que recordamos.

¿Cuál ha sido la época más feliz de su vida? Usted seguramente recuerda episodios aislados de los que juzga los momentos más felices de su vida. A partir de ellos decide que era o no feliz entonces. Reúnase con algunos de sus amigos. Verá que mientras unos recuerdan unos sucesos gratos de los tiempos compartidos juntos, para otros esos mismos sucesos no están almacenados en su memoria aunque hayan estado, sin ninguna duda, presentes mientras los vivían, consiguen recordarlos solo después de que varios les insisten que ellos también estuvieron allí. A partir de entonces, son más capaces de seguir recordando y “vistiendo” el recuerdo con sus propias memorias.

“Quizá porque mi niñez sigue jugando en tus playas…”, inicia cantando J.M. Serrat en su pegajosa canción “Mediterráneo”. A partir de allí sigue reconstruyendo su identidad desde diferentes aspectos para concluir gritando a voz en cuello “¡y qué le voy a hacer… nací en el Mediterráneo!”.

Igual nos pasa a todos. Nuestra memoria es selectiva. No recordamos todo lo vivido sino solo aquello a lo que conferimos un significado determinado. A partir de ese significado teñimos de tristeza o alegría nuestras pasadas épocas. Creo que en eso podremos estar todos fácilmente de acuerdo. Lo que ya no resulta tan fácil de aceptar es que, incluso, podemos dotar de significado nuestras vidas “de adelante para atrás” por así decirlo. Y es eso justamente lo que nos sucede a todos.

Quienes han logrado escapar de alguna adicción, por ejemplo, desde su nuevo estado de sobriedad, limpieza o libertad (suelen ser los términos más usados: “tengo tantos meses de estar limpio”, “me he liberado de la sustancia desde hace dos años”) evalúan de nuevo los episodios que antes les parecieron graciosos. Desde su nuevo estado se preguntan ¿cómo no me di cuenta entonces que estaba yendo hacia el despeñadero? ¿Por qué no entendí en aquel momento que eso no era conveniente para mi vida? Simplemente porque les daban otro significado a esas acciones, básicamente para justificar la adicción.

Una de las frases que más me gusta de la liturgia de la misa católica es cuando decimos: “Es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar…”. Mientras estamos pasando una pena, mientras estamos sufriendo un dolor, una fuerte angustia, es humanamente muy difícil dar gracias a Dios por ello. Sin embargo, si lo interpretamos como una situación que nos ayudó a ser más fuertes, a ganar más experiencia, ese recuerdo es más tolerable. Por esta misma razón es que el rencor amarga continuamente la vida de muchas personas. Se han quedado fijadas en esa experiencia tan dolorosa y la siguen cargando como si hubiera pasado hoy. Es una manera de comprender el trauma psicológico. Una experiencia pasada encarcela a muchas personas llenando día tras día de ponzoña su alma, los anteojos a través de los cuales perciben las cosas que les suceden en la vida. Desde luego, entre más intenso, más doloroso el suceso, más difícil de superar resulta. Algunas personas necesitan ayuda profesional para superarlo, otras son capaces de hacerlo por sí mismas. El perdón, el amor por los demás y por nosotros mismos son los elementos básicos que ayudan a conferir nuevos significados a esas experiencias.

Esta época de Navidad es propicia para conseguir liberarnos de esos feos recuerdos que nos mantienen prisioneros en la tristeza, en la opacidad, en la infelicidad. Haga el intento. Si luego de tratarlo en serio no lo consigue por sí mismo, busque ayuda profesional. Pero hágase el favor de dejar ir esa memoria. Perdone. De allí en adelante, vivirá la época más feliz de su vida. Y se producirá el milagro: empezará a interpretar de otra manera las cosas que le han sucedido. De allí en adelante, ¡se convertirá en una persona plenamente feliz!

Le deseo que su Navidad sea plena, que pueda encontrar la genuina felicidad interna, es mi sincero deseo para estas fiestas. Sea Dios con nosotros.

*Psicólogo