Adiós al macho

En 1997 el cineasta italiano Marco Ferrari dirigió Adiós al macho, una suerte de canto del cisne del hombre contemporáneo, desnortado por la erosión de los roles sexuales tradicionales que condenaban a la mujer a la sumisión.

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Por Elizabeth Castro

21 December 2017

No pasa un día sin que salga a la luz otra denuncia de acoso sexual y me temo que a estas alturas un ejército de hombres tiembla ante la posibilidad de que sus nombres se vean ligados al rosario de acusaciones hechas por mujeres en todos los ámbitos: en el mundo artístico, los despachos, instituciones políticas y hasta en el seno de las familias se producen verdaderos terremotos con episodios hasta ahora sepultados sobre excesos, coacciones, acosos e incluso asaltos violentos.

Tanto es así, que ya los hay, como acaba de hacer el director de cine Morgan Spurlock, quienes se adelantan a la denuncia y confiesan haber sido acosadores irredentos. Tomar la delantera a las acusaciones que temen es un modo de adueñarse de la narrativa antes de que lo hagan las víctimas.

Es tal la cantidad de episodios chocantes que se están conociendo —basta leer el artículo recientemente publicado por la actriz Salma Hayek sobre la presunta persecución de la que fue víctima del “padre” de todos los acosos sexuales, el productor Harvey Weinstein— que inevitablemente le he preguntado a algunos hombres amigos si ellos serían capaces de masturbarse frente a una señora en una entrevista de trabajo o abalanzarse sobre ellas cuando no hay testigos en la estancia. Todos aseguran que nunca harían algo así, pero tampoco les extraña y más de uno ha escuchado anécdotas de este tipo.

¿Por qué habría de dudar de mis propias amistades masculinas? La respuesta está en la variedad de hombres que se han visto implicados en un escándalo que no tiene visos de cesar. Cuando uno lee los testimonios de mujeres que trabajaron para el presentador Charlie Rose, otrora modelo del periodista liberal con modales exquisitos y preocupado por todos los males de la humanidad, resulta difícil tener fe en el género masculino. Detrás de esa fachada de intelectual que bien podía resultar seductor, aparentemente se ocultaba un depredador sexual, siempre listo para el acoso y derribo de las jóvenes a las que supuestamente perseguía en cueros en su mansión hasta acorralarlas en sus aposentos.

La retahíla de historias escabrosas abarca a los sensibles artistas de la meca del cine, a políticos de todos los signos que se atreven a pontificar desde el podio, a periodistas que han de informar sujetos a reglas éticas, directivos que exigen de sus empleados los más altos estándares de comportamiento, padres de familia que imponen el orden a su prole y se erigen como ejemplo a seguir. Una lista interminable de agravios protagonizados por hombres que en su mayoría han gozado de un estatus de poder que les ha permitido intimidar a sus presas antes del asalto final.

Nada de esto es nuevo, pues el abuso a la mujer en sociedades principalmente patriarcales viene de lejos y es mucho menor hoy en día gracias a los avances en la lucha por la igualdad de sexos en sociedades abiertas. No obstante, la pulsión de estos hombres abusivos (cualquiera que sea su formación, orientación política o profesión) no se corta de cuajo con la corriente de quienes alzan la voz para decir “Basta, hasta aquí han llegado”. Pero sí marca un importante adelanto en lo que concierne a ponerles freno a los tipos que van por la vida convencidos de que pueden salirse con la suya, asediando a las mujeres en encuentros más pugilísticos que románticos.

En 1997 el cineasta italiano Marco Ferrari dirigió Adiós al macho, una suerte de canto del cisne del hombre contemporáneo, desnortado por la erosión de los roles sexuales tradicionales que condenaban a la mujer a la sumisión. Ferrari reflejaba la desintegración del patriarcado y el fin del dominio de los varones sobre las mujeres bajo un nuevo orden. Digámosle adiós al macho. Al menos a los más indeseables.

*Periodista.

@ginamontaner