Conversando con mi amigo socialista

Los países en los que se “distribuyó igualitariamente la riqueza” fueron aquellos en los que se redujo la clase media, aumentó la pobreza, únicamente para que paralelamente surgiera una “nueva clase de ricos”.

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Por Mirna Navarrete

18 December 2017

Una de las características que todo ser humano debe luchar por conservar es la inquietud intelectual: leer, estudiar, analizar; buscar confrontar nuestros propios puntos de vista e ideas (muchas veces preconcebidas y prejuiciosas), con las ideas de otros, perdiendo el miedo a descubrir que ni somos propietarios de la verdad absoluta, ni siempre estaremos en la razón respecto a lo que pensamos. Por ello es recomendable que, de cuando en cuando, el creyente debata sin miedo –pero con respeto- con el ateo o con el feligrés de otra religión; que el liberal cruce ideas con el conservador; y el libertario converse abiertamente con el socialista.

Dentro de esa dinámica de confrontación de ideas, me reúno periódicamente con mi amigo socialista. La última vez que conversamos fue para el analizar el tema de la “injusta repartición de la riqueza”. Ambos tuvimos que reconocer que existen dos tendencias básicas cuando se analiza el fenómeno de la riqueza: una es la sostenida por los sistemas basados en el libre mercado como fuente de riqueza, de la que se derivan leyes que crean las condiciones para el desarrollo de la individualidad versus el colectivismo y que brindan una estructura de seguridad y garantía de la propiedad privada. Otra, identificada con las corrientes socialistas, que concede más importancia a la actuación del Estado en su rol de supervisor y garante de una teórica igualdad entre los miembros de una sociedad, respecto al disfrute de la riqueza generada.

Intenté explicar que, a pesar de su aparente sentido de “justicia social”, la teoría de la igualdad en la repartición de la riqueza genera efectos adversos en las sociedades, ya que cuando los ciudadanos saben que se les garantizará una igual tajada del pastel económico que representa la riqueza, sin aportar nada para su generación, tienden a la pasividad y a llevar a cabo el menor esfuerzo posible para obtenerla. Es lógico, si trabajando o no, me van a dar mi parte ¿para que el esfuerzo entonces?

Le expliqué a mi amigo que la tan atractiva idea de promover una “justa distribución de la riqueza” no era más que un postulado filosófico que al llevarlo a la práctica producía tremendas injusticias, ya que derivaba en el hecho que el Estado, por la “fuerza”… de la ley, acaba quitando una parte de su propiedad (riqueza) a una persona (que la había generado), para dársela a otra que no había participado en dicha generación, confundiendo de esa forma el principio de “justicia” con el de “igualdad”.

Le continué explicando que “justicia” es darle a cada quien lo que le pertenece, no arrebatarle algo que es suyo, como suya es su riqueza. “Justicia” es darle al trabajador el salario pactado, respetar la propiedad privada, pagar los precios y los contratos, etc., mientras que dar a cada quien “lo mismo” no es justicia, es igualdad y la igualdad planteada como quitarle algo a alguien, para entregárselo a alguien más a quien no le pertenece, no solo es injusto, sino que es ilegal.

La misma noción de justicia nos mueve a aceptar las desigualdades cotidianas que se dan en la sociedad, la cuales muchas veces nos resultan chocantes: un artista de TV que tiene únicamente estudios de primaria puede ser que gane más –en unos minutos en un show de televisión– que un profesor universitario dando cátedra por un semestre entero. Un deportista sin estudios puede ser que gane en una temporada deportiva muchos más que un médico en toda una vida de ejercicio profesional. Pero la realidad es que las personas que conforman el mercado en algún momento decidieron que les interesa más pagar entradas carísimas para ver un partido de fútbol o un concierto, que pagar por comprar un libro. Las distorsiones en las remuneraciones que se perciben como “injustas” las provocamos nosotros como consumidores y no el sistema, el cual únicamente asigna a los prestadores de los servicios, las cantidades correspondientes a lo que nosotros, subjetivamente, estamos dispuestos a pagar.

Mi amigo socialista se resiste aceptar que la experiencia mundial nos dice que la “igualdad” entre los ciudadanos únicamente ocurre en aquellas sociedades en las que la miseria se reparte en iguales tajadas, como sucedía en la Unión Soviética o como sucede hoy en Cuba. Aparentemente le es difícil entender que la única “igualdad” a la que una sociedad moderna puede aspirar es la igualdad ante la ley, acompañada de un mayor nivel de vida para la población.

Los países en los que se “distribuyó igualitariamente la riqueza” fueron aquellos en los que se redujo la clase media, aumentó la pobreza, únicamente para que paralelamente surgiera una “nueva clase de ricos” entre los funcionarios del gobierno. Promover la “igualdad” es una forma de promover el robo legalizado desde el Estado.

*Abogado, máster en leyes.

@MaxMojica