Por qué no podemos educar solo para la productividad

Un pueblo enfocado solo en la productividad, sin capacidad para gozar y producir arte, sin cultura y sin alma, podrá reducir la pobreza, pero tendrá otros problemas.

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Por Jorge Alejandro Castrillo*

09 December 2017

Los maestros que tengan dudas acerca de cómo el concepto de competencia se aplica a la educación harán bien en asistir a alguna representación artística. Imaginen la diferencia que haría entre enseñar una clase exclusivamente teórica (sin ninguna dedicación a la conducta por aprender), sea en baile, ballet, pintura, escultura o teatro durante todo un año y luego pretender que los alumnos de la escuela presenten una obra de lo aprendido. Así como a amar solo se aprende amando, las artes solo se pueden aprender actuándolas, practicándolas. Una profesora de arte que no enseñe por competencias, nunca tendrá trabajo.

El ballet es una disciplina muy particular. Todos hemos visto películas o series de bailarinas y academias de ballet (Fame, Ballet Academy, El cisne negro, The turning point) que nos han emocionado. Como artistas que son, las bailarinas se nos presentan como vedettes muy temperamentales, exigentes consigo mismas y muy explosivas con las demás. Esta condición se acepta fácilmente al interior de las compañías de ballet, en donde, aunque todo el trabajo es de equipo, también se da por descontada la competencia que hay entre su cuerpo de bailarinas. La prima ballerina solo puede ser una, la que el director piense que es la mejor de todo el grupo. Esta tiene que tener no solo las habilidades sino también la personalidad para serlo: desde el momento en que es nominada, será blanco de la admiración, pero también de la envidia y ataques de las demás bailarinas. Al menor error, ¡pum! se descargarán sobre ella todas las baterías de sus compañeras que piensan que ellas deberían ser las primeras bailarinas.

El ballet está lleno de engaños. El engaño principal es hacernos creer la historia que cuenta el baile. Esto dependerá no solo de las destrezas de las bailarinas sino también de la escenografía, de la utilería, de los trajes, de los decorados, de la iluminación del escenario. Para que caigamos en el engaño es igual de importante que los ratoncitos “ataquen” con verosimilitud a Clara, que los “copos de nieve” o las “flores” realicen sincrónicamente sus movimientos al bailar sus valses, como que los escenarios estén bien montados y los trajes sean los apropiados.

Engañan también las bailarinas haciendo parecer fácil lo que, en verdad, es muy difícil. Pareciera que cualquiera que practique lo suficiente será capaz de pararse en puntas por cinco minutos seguidos, de dar diez giros consecutivos sin caerse ni marearse, de realizar las piruetas que realizan las mirlitones o los copos de nieve sin esfuerzo. En fin, que bailar ballet es solo cuestión de arduo y paciente entrenamiento motriz. Quien eso creyera se engañaría. Una persona sin pasión no puede bailar ballet.

Solo la pasión puede explicar esas largas, larguísimas horas de entrenamiento y práctica, esa dedicación intensa que se requiere para ejecutar con soltura, pericia y maestría todos esos pasos.

Pero la más engañada es la prima ballerina. La hacen creer que será el foco único de atención, el punto solitario donde convergerán todas las miradas. Mientras ella ejecuta su solo o su pax de deux esto puede que sea cierto. Pero la verdad, por lo menos en lo que aplica a los shows de las academias de ballet en los que la mayoría del público asistente son familiares de quienes participan en el baile, cada vez que aparece en el escenario nuestra hija, no importa si es ratoncito, soldadito, bombón o asistente a la fiesta, ella es la prima ballerina assoluta para cada uno de los familiares, que se derriten en sus butacas apreciando tanta belleza. Son momentos verdaderamente mágicos por los que siempre estaremos agradecidos a todas las academias de ballet y de arte en general.

El sector productivo de nuestro país, que argumenta recibir elementos poco capacitados para desempeñar con eficiencia los escasos trabajos que se ofertan, ha sugerido al sistema educativo que eduque a sus alumnos bajo el esquema de competencias productivas. Creo que hay que advertir acerca del falso dilema que, aplicado desde el bachillerato podría traernos serios problemas: educo exclusivamente para la productividad vs. educo con calidad. Un pueblo enfocado solo en la productividad, sin capacidad para gozar y producir arte, sin cultura y sin alma, podrá reducir la pobreza, pero tendrá otros problemas. Un dato para pensar: todos los programas que se están poniendo en acción para prevenir la delincuencia incluyen espacios para la práctica de las artes (música, teatro, baile, pintura) y los deportes. ¿Por qué será?

*Psicólogo y colaborador de El Diario de Hoy.