El silencio de la complicidad

Esta será la triste realidad que enfrentarán este y los siguientes diciembres los amigos y familiares de los policías asesinados este año en El Salvador. El número ya ronda medio centenar de efectivos policiales que han sido víctimas de las pandillas. Las autoridades del ramo parecen no dimensionar este problema.

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Por Mirna Navarrete

06 December 2017

Estamos en una de las mejores épocas del año. Muchos tenemos la dicha de disfrutar las festividades de diciembre junto a nuestras familias y amigos. Nos reunimos para departir, intercambiar regalos y dar gracias. Juntos creamos momentos inolvidables que nos traen gozo por muchos años, siempre robando risas y, en ocasiones, hasta carcajadas. He tenido la fortuna de compartir este tipo de experiencias y vivir cómo son relatadas una y otra vez sin perder una gota de humor. He visto cómo todos ríen sin excepción al recordar esos momentos cómicos. Lastimosamente, también he compartido la tristeza y desconsuelo de revivir esas historias cuando alguno de los protagonistas ya no está entre nosotros. Los recuerdos, al principio, cuando ya no está todo el elenco original, vienen acompañados de desolación. A medida pasan los años, la tristeza se transforma en nostalgia. Aunque aprendemos a lidiar con la pérdida de nuestros seres queridos, estos recuerdos ya no vuelven a ser iguales.

Lastimosamente, esta será la triste realidad que enfrentarán este y los siguientes diciembres los amigos y familiares de los policías asesinados este año en El Salvador. El número ya ronda medio centenar de efectivos policiales que han sido víctimas de las pandillas. Las autoridades del ramo parecen no dimensionar este problema. Aparentan no conmoverse con el sufrimiento de los policías del nivel básico, que son los que están viviendo esta pesadilla. No comparten la angustia de los familiares de los que visten el uniforme azul y tienen que caminar en sus barrios y colonias con la mirada baja, a merced de lo que decidan los pandilleros hacer con ellos.

Al plantearles este reclamo, es muy probable que los funcionarios del gabinete de seguridad argumenten que claro que les conmueve esta situación y, seguramente, enumerarían una larga lista de acciones que, según ellos, denotan su compromiso por resolver la situación. Sin embargo, ninguno de estos personajes, estoy seguro, se atrevería a hablar abiertamente sobre las verdaderas personas y circunstancias detrás de la imparable ola de asesinatos en contra de policías que golpea implacablemente a los elementos básicos desde el año pasado. Todo lo demás es irrelevante. Todo lo demás es ornamental. Si en serio sintiesen dolor por los policías asesinados y tuviesen una inquebrantable intención por resolver el problema, no dudarían ni un segundo en señalar a los culpables de esta situación, aun a costa de sus puestos.

La afinidad partidaria de los funcionarios del gabinete de seguridad está por encima de cualquier otro compromiso. Es poco probable, por lo tanto, que alcen la voz para denunciar a los responsables. La ola de asesinatos en contra de policías es el resultado de la negociación entablada con los cabecillas pandilleros. Así de simple. No he escuchado, y dudo que algún día escuche, al ministro, viceministro de Justicia o al director de la Policía decir que las negociaciones con fines electorales iniciadas durante el gobierno de Mauricio Funes, ocasionaron este repunte de homicidios en contra de policías. No he escuchado a estos funcionarios aceptar que negociar con estructuras criminales trajo esta consecuencia.

Al frente de estas instituciones necesitamos personas que no antepongan sus intereses particulares. Profesionales comprometidos con el país, dispuestos a sacrificar todo, hasta sus puestos, por el bien de los salvadoreños. Mantenerse callados sobre el origen de la ola de homicidios en contra de policías, es ser cómplices de las mentes oscuras que nos trajeron hasta esta situación. La complicidad de los funcionarios en esconder la raíz del problema alimentará el descontento entre los policías del nivel básico, acentuará la desconfianza y el sentimiento de abandono que prevalece en la institución. Esto, indudablemente, agravará la situación de inseguridad.

*Criminólogo

@_carlos_ponce