Hay que aprender de Honduras

Nos urge invertir en un Tribunal Supremo Electoral en el que podamos confiar, con tecnología transparente y un método de escrutinio electoral accesible a la población, y observable por entes internacionales independientes.

descripción de la imagen

Por Mirna Navarrete

03 December 2017

Las fotografías de las calles hondureñas en los últimos días le ponen los pelos de punta a cualquiera. Por motivos personales me ha costado dejar de pensar en Honduras y, por lo tanto, de dolerme de su crisis en carne propia: tengo un hermano catracho. Por razones de trabajo se mudó a San Pedro Sula hace más de una década y con el tiempo su amor por las baleadas, la Hache y la gente por la que trabaja lo hicieron hondureño de corazón primero y después de papeles y nacionalidad.

Más de algún salvadoreño habrá comentado que los fuegos, las menciones de toque de queda, la militarización de las calles y, en general, la incertidumbre que se respira en el país vecino son un recordatorio escalofriante de nuestra Década de los Ochenta. ¡Pero en los Ochenta estábamos en guerra! La crisis que están viviendo actualmente los hondureños es en plena paz y podría argumentarse que se vive en el contexto de uno de los actos más simbólicamente democráticos: elecciones libres y el traspaso (o no, dependiendo de los resultados) pacífico del poder, en armoniosa cooperación y transparencia de las instituciones electorales establecidas para ese propósito. Cuando uno de estos elementos falta, y si se mezcla con males comunes de nuestras tierras como discursos populistas y demagógicos, autoritarismos, reverencia al militarismo, inequidades económicas y falta de acceso a la educación, hay suficientes ingredientes para terminar en la receta perfecta para el caos.

Ninguno de los candidatos que se disputan los resultados de la reciente elección presidencial ha demostrado (al momento de entrega de esta columna) un liderazgo comprometido a la preservación de las instituciones democráticas. El candidato oficialista, Juan Orlando Hernández, ha desaparecido y delegado en sus ministros las declaraciones públicas y llamados a la paz. Se rumorea que ha salido del país. De manera irresponsable y socavando la (ya de por sí faltante) credibilidad del tribunal electoral, se declaró ganador antes de que el tribunal mostrara evidencia de su triunfo con un conteo transparente y aprobado por observadores independientes. La sangre que corra como producto del Estado de Excepción declarado será su responsabilidad, en su calidad de comandante en jefe de las fuerzas armadas.

Por el otro lado, Salvador Nasralla, su contrincante con más votos, ha levantado suficientes dudas al respecto de su capacidad de respetar el Estado de Derecho y las instituciones democráticas al hacer llamados concretos a sus seguidores a establecer caos y miedo, de no favorecerle los resultados.

También ha demostrado poco respeto por la comunidad internacional al ignorar su compromiso previo de respetar los resultados, con independencia de su favorabilidad. Y en su defensa, ha habido suficientes irregularidades en el conteo y una falta de transparencia que levantaría las sospechas del más ingenuo.

Por lo tanto, ante los ojos impotentes de la comunidad internacional que no tiene más mecanismos para estabilizar la democracia que hacer débiles llamados a la paz, Honduras sangra y se quema. Desde lejos, es fácil tomar posturas perezosas: desde una condena generalizada a quienes protestan como vándalos violentos, como si no hubiera habido antes de esto una olla de presión social en la que la falta de educación y confianza en las instituciones democráticas, sumada a la frustración por la corrupción y al discurso populista creando el caldo de cultivo para esta crisis, así como el también idiota extremo de decir que la empresa privada se merece los vandalismos, como si no hubiera detrás de esas empresas víctimas de carne y hueso (que en su mayoría no son los millonarios acomodados que la gente se imagina cuando se minimiza la destrucción de la propiedad privada) y a quienes la crisis les costará el modus vivendi de sus familias.

Ambos extremos son incorrectos como análisis de la situación. En lo que es fácil coincidir con independencia de la postura es que hay lecciones para aprender y aplicar en nuestro país con base en lo que está pasando en Honduras. La primera es que nos urge invertir en un Tribunal Supremo Electoral en el que podamos confiar, con tecnología transparente y un método de escrutinio electoral accesible a la población, y observable por entes internacionales independientes. Y la segunda, que el discurso populista no siempre entrega la revolución pacífica que promete. También incita, manipula y emplea a otros a que hagan la violencia en su nombre. Y de eso solo la educación nos protege...

*Lic. en Derecho de ESEN

con maestría en Políticas Públicas

de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg