Inversión en el futuro, no en parches

Hace falta una profunda reforma educativa y hacen falta inversiones para hacerla. Si no, estamos boicoteando la competitividad y el desarrollo del país.

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Por Elizabeth Castro

02 December 2017

EDUCACIÓN DE CALIDAD

El lamentable estado de las escuelas del país, sobre todo (pero no solo) en el campo, es obvio y suficientemente documentado. Pero reparar los techos de las escuelas, ponerles baños que funcionen, conectarlos al sistema de agua potable, a la red eléctrica y al Internet no son las inversiones que tenemos que hacer para que nuestros hijos —y el país y su economía— tengan futuro. Todo esto, en el presupuesto de cualquier empresa, caería en el rubro de mantenimiento, no de inversiones, mucho menos de innovación. Es lo que un gobierno decente debiera hacer permanente, sin discusión y sin excusas.

Otra cosa son las inversiones en el futuro. Aunque tuviéramos resueltas todas estas deficiencias, nuestro sistema educativo todavía estaría lejos de estar a la altura de los retos que el país enfrenta. Hace falta una profunda reforma educativa y hacen falta inversiones para hacerla. Si no, estamos boicoteando la competitividad y el desarrollo del país.

La reforma tiene que partir de un análisis de los conocimientos y habilidades que las futuras generaciones de salvadoreños necesitan adquirir para poder enfrentar las exigencias del cambio tecnológico, que va cambiando todo, incluyendo el mercado de trabajo y la competitividad de empresas y países. Tanto el individuo, como las empresas y sociedades que no se preparan para esto, no tendrán futuro. O sea, no tendrán participación en la nueva manera de generar bienestar que se está gestionando en el mundo entero.

El camino falso: sobrecargar el currículum de materias de urbanidad y valores religiosos y cívicos, en vez de aplicar materias y métodos que generen habilidades lingüísticas, tecnológicas, de trabajo en equipo y de flexibilidad intelectual y laboral. Formar individuos integrales y con autoestima no funciona con sermones, sino dándoles a los estudiantes conocimientos y métodos para aplicarlos en su vida profesional, privada y cívica. Pero para esto hay que invertir en la educación, empezando con la formación académica y metodológica de los docentes. Elevando su profesionalidad (y también sus salarios), se eleva su estatus social y su impacto en los estudiantes. En todos los países desarrollados, los profesores gozan de alto prestigio y autoridad en sus comunidades y sociedades.

Otra parte de la reforma educativa necesaria sería crear centros educativos integrales, con todos los servicios y toda la tecnología, y con un cuerpo de docentes calificado y diversificado. No podemos seguir con la política de acercar las escuelas a cada cantón, porque terminaremos teniendo muchas escuelas mediocres o miserables. Hay que acercar a los estudiantes a centros educativos completos, mediante un sistema de transporte escolar.

Cada niño, aunque viva en un cantón aislado, tiene derecho a tener acceso a un centro escolar integral y profesional —pero además es una urgencia de la sociedad y su futuro desarrollo humano— el cual es la base para el desarrollo económico. Los bachilleratos en todo el país tienen que producir ciudadanos bilingües, aptos para usar todos los instrumentos de la era digital, conectados con el mundo del conocimiento, capacidades para adquirir y procesar conocimientos.

Si no invertimos en esto, El Salvador no tendrá futuro.

Los próximos gobiernos y legisladores tienen que elevar el presupuesto de educación al 6 % del presupuesto nacional, meta que todo el mundo ha prometido, pero sin cumplirlo, ni siquiera parcialmente. Esto requiere de una redefinición de las prioridades, así como lo han hecho otras naciones, por ejemplo Costa Rica, que han superado la miseria de la pura sobrevivencia.

REAL PREVENCIÓN

Lo mismo es cierto para la prevención, que siempre se menciona en el debate sobre la Seguridad Ciudadana. Lo que hasta la fecha se está haciendo en este campo, gastando miles de millones de dólares, es pérdida de dinero, tiempo y energía. La única prevención real contra la inseguridad, la delincuencia, y la violencia, es un Estado que a cabalidad cumple sus funciones —pero en todos los territorios del país.

Todos hablan de que el Estado tiene que recuperar el territorio, pero lo entienden como tomar control policial o militar. No se trata de esto: Si queremos que el Estado recupere los territorios, cuyo control el Estado ha perdido a las pandillas, el Estado en toda su dimensión tiene que tener presencia, erradicando la marginalización y exclusión social, acercando a toda la población a la educación, la salud, los servicios básicos y las oportunidades de empleo. Esto no funciona con un mosaico de proyectos e iniciativas, posiblemente bien intencionados, que ponen parches a deficiencias y necesidades que provienen de un abandono histórico y sistémico. Funciona si redefinimos las prioridades del Estado, focalizando sus recursos en la superación de la marginalización social y la informalidad económica, como una línea transversal que abarque a todo el Estado: sus alcaldías, sus ministerios, su legislación, sus presupuestos.

CORRUPCIÓN

Otro ejemplo: ¿cómo combatir la corrupción? No podemos pensar que solo enjuiciando a los funcionarios ladrones vamos a erradicar este cáncer. La corrupción se erradica haciendo eficiente al Estado en todas sus expresiones. La corrupción comienza con la ineficiencia de las burocracias y con el incumplimiento de las funciones esenciales del Estado. Un funcionario ineficiente es tan corrupto como un funcionario que roba o se deja sobornar.

Comencemos a atacar los problemas estructurales, en vez de seguir con la práctica populista de poner parches a las dolencias. Esto es válido para educación, seguridad, probidad, salud. Ojalá que por lo menos uno de los presidenciables apueste por el futuro.

*Columnista de El Diario de Hoy.