Una oda al periodismo

En nuestro país, hay tanto que le debemos al periodismo, y a los que, entregados al ejercicio de su vocación, se desvelan en horarios complicados, sacrificando tiempo familiar o mejor paga.

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Por Mirna Navarrete

26 November 2017

Para mí, la pasión por el periodismo empezó tempranísimo. No tengo claro si fue culpa de Clark Kent y su cabina telefónica, o de April O’Neal, la audaz reportera neoyorquina cuyas investigaciones la convierten en la mejor amiga humana de las tortugas ninja. Definitivamente, Tintín tuvo mucho que ver: el periodista belga de los cómics de Herge, cuya edad biológicamente indescifrable le permitió por años aventuras que incluían desde llegar a la Luna hasta visitar el fondo del mar, perpetuamente acompañado por su perro Milú.

Sin embargo, ya puesta a decidir qué quería hacer con mi vida, lo del periodismo me dio miedo. No el ejercicio de la profesión, sino la posibilidad de conseguir un empleo teniendo la pluma y la investigación como únicas credenciales. Hice entonces lo que hacemos tantos cobardes con inclinación por las humanidades y estudié derecho, resignada a ver el periodismo de lejos, leyéndolo en vez de escribiéndolo, pero no por eso admirándolo menos. Porque uno de los roles más importantes del periodismo es contarle las costillas al poder, y una de las manifestaciones más obvias del poder se ejerce a través de las políticas públicas, estudié (otra vez cobardemente) políticas públicas: no para ser periodista, sino para entender mejor lo que sale del periodismo.

Sí, por cobardía: porque requiere un grado admirable de valentía ser periodista en los tiempos que estamos viviendo. No solo por el factor de empleo, que siempre es importante y que se ha vuelto un reto en este nuevo mundo globalizado donde la publicidad y las subscripciones ya no pagan los recibos para los medios. Más bien porque para reportar las cosas que importan, el periodista de la actualidad, y específicamente el que ejerce en Latino América, se enfrenta a diario a monstruos espeluznantes: desde las violentas estructuras criminales, a quienes la verdad y la transparencia aterra, hasta estados hostiles, que no quieren que reportes de la realidad pongan en riesgo el ejercicio del poder, así como estructuras informales de poder, anquilosadas en su status quo y aferradas a la manera de ser de las cosas, incomodadas cuando el periodismo cuestiona si la manera de ser de las cosas es también la manera en la que las cosas deberían ser. A veces, preguntar estas cosas pone la vida del periodista en riesgo. A veces, el peligro más benigno es el de equivocarse. Pero no existe el ejercicio del periodismo sin riesgo.

En nuestro país, hay tanto que le debemos al periodismo, y a los que, entregados al ejercicio de su vocación, se desvelan en horarios complicados, sacrificando tiempo familiar o mejor paga.

Y, sin embargo, también falta tanto más: más autocrítica y debate abierto cuando hay errores (como lo que vimos recientemente por parte de los periodistas de El Faro). Hace falta cuestionarse más las maneras en las que los modelos de negocio, tan dependientes de la publicidad, afectan la cobertura imparcial e independiente cuando los sujetos a quienes hay que cubrir son también anunciantes.

Hace falta inculcar más apreciación por parte de las audiencias a los medios, ese que quienes ambicionan el poder político quieren combatir, matando al mensajero cuando no les gusta el mensaje, al grado ridículo de producir sus propias “noticias”, que no son más que propaganda digital, un Photoshop brillante de la realidad diseñado para mantener el poder. Pero esta apreciación es ganada y se va perdiendo cuando los medios se vuelven fábricas de titulares que buscan clicks, o meros portavoces de terceros. Hace falta emprender cierta alfabetización periodística, que permita a las audiencias separar la chatarra de lo nutritivo. Esto no pueden hacerlo solo los periodistas y los medios, ni nosotros, los columnistas (ojo, que no somos periodistas: es triste que cada semana toque aclarar la diferencia a ferocísimos críticos).

También le toca a la sociedad civil, que debe recordar que para combatir los retos más grandes que el país enfrenta, desde abusos de poder, corrupción, desigualdades en general, el periodismo es nuestro mejor aliado.

 

*Lic. en Derecho de ESEN

con maestría en Políticas

Públicas de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg