Tiempo de pensar

Da para reflexionar el hecho de que a pocos meses de las elecciones de diputados ninguno de los partidos haga propuestas concretas.

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Por Inés Quinteros

24 November 2017

Me parece que compartimos la impresión de que cada vez pensamos menos. La urgencia, el ruido, la persecución de la eficacia impiden pararnos y reflexionar. Pensar y sacar conclusiones no tiene forma de ser cuantificado, sus resultados no son inmediatos, y muchas veces –en un mundo que valora exageradamente el tiempo– cuando tenemos que tomar una decisión importante lo hacemos con prisa, irreflexivamente.

Sobreabundan los lemas, las ideas enlatadas, las consignas. Y escasea pensamiento, pues con demasiada facilidad cedemos a la pereza frente al esfuerzo intelectual. Como se ha escrito: “En algún momento de nuestra historia, el pensar y la filosofía se volvieron peligrosos; pero hoy ambos se han vuelto inútiles, inocuos. ¿No es, acaso, ello más grave y más letal?”.

Quizá esto es más notable en el campo político. No me refiero sólo a las disputas (que en más de una ocasión se reducen a intercambio de insultos y tópicos entre interlocutores), sino principalmente a “pensar” el país, pensar el rumbo por el que vamos, pensar cómo corregirlo o potenciarlo, pensar las consecuencias que la distribución de escaños en la Asamblea tendrá en la institucionalidad los próximos años, pensar…

Da para reflexionar el hecho de que a pocos meses de las elecciones de diputados ninguno de los partidos haga propuestas concretas. No sabría decir qué es peor: si la carencia de ideas se debe a que los partidos políticos están seguros de que sus electores son borregos que votan a la voz del pastor; o si han dejado en “libertad” a sus candidatos a diputados para que se ganen los votos de la gente pintando casas o haciendo piruetas en moto.

Cuando en un conglomerado social todos piensan igual se puede asegurar sin temor a equivocarse que nadie está pensando; o dicho de otro modo, el pensamiento monolítico ni es pensamiento, ni es monolítico: es obediencia temerosa. Sin embargo, esto no quiere decir que uno deba oponerse por sistema, que todo lo que diga alguien le parezca mal, perfectible o tendencioso. Quiere decir que sólo con el ejercicio de nuestra natural inteligencia podremos encontrar, entre todos, ideas fecundas, productivas, que nos ayuden no solo a salir del hoyo en que nos hemos metido, sino a construir un edificio.

En principio tenemos una democracia representativa. Quienes ocupan las curules en la Asamblea nos representan a todos. No sólo nuestros intereses y necesidades, sino también nuestra perspectiva del mundo y el modo en que nos parece más conveniente conducir la cosa pública. Haber pasado del voto por lista al voto por rostro, y la posibilidad de elegir de manera cruzada a los diputados es un avance muy importante en el fortalecimiento de la representatividad de sus electores que debería sostener a cada legislador.

Sin embargo, si los electores no sabemos qué proponen los candidatos, cómo piensan con respecto a la mejor forma de llevar la economía, incluir a las minorías, defender la vida, promover la familia; si no nos manifiestan su punto de vista respecto al mejor modo de lograr seguridad pública, manejar temas fiscales, qué proyectos ciudadanos promoverán una vez sean miembros de la Asamblea Legislativa, etc. Como decimos coloquialmente, “por gusto” se habrá complicado el modo de elegirlos y todo el proceso electoral seguirá siendo, simplemente, un más de lo mismo, incluso más complejo pero siempre improductivo.

Darle más brillo e importancia a la elección presidencial de 2019 y, por lo tanto, quitar protagonismo (en los medios, en los programas de opinión, en las discusiones privadas) a las legislativas de marzo próximo, es una muestra de lo dicho: no estamos pensando en clave republicana; simplemente no pensamos. A lo más, seguimos cantando la misma canción sobre la consabida partitura.

* Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare