La encrucijada de 2018 y 2019

Si la crisis de violencia y la situación económica, política y migratoria son abordadas con audacia y el discurso destructivo de antipolítica es enfrentado con propuestas innovadoras y estatura política, es muy probable que se evite cualquier tormenta de inestabilidad.

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Por Elizabeth Castro

15 November 2017

La gente se organiza cuando hay incentivos; este es uno de los mayores problemas de la democracia. Imagínese que al salir de su casa encuentra un hoyo ancho en la acera, justo frente a su puerta. Seguramente, hará algo. Quizá hará una o varias llamadas a las oficinas públicas que cree le pueden resolver; probablemente contactará a alguien que sabe de pavimentos; claramente alertará a las personas que viven con usted; y tal vez ideará alguna forma temporal de tapar el hoyo con unas cuantas tablas de madera.

Ahora imagine el mismo hoyo al costado de una carretera. Seguramente, hará poco; pensará que alguien más —quizá el gobierno— solucionará la situación. No habrá llamadas ni contactos ni alertas. Mucho menos habrá tablas de madera improvisadas. Y si las personas que usted cree que se harán cargo no tapan el hoyo —como muchas veces ocurre— después de algún tiempo habrá un agujero más hondo, ancho y peligroso que atentará contra su vida. Ese hoyo en la carretera funciona justamente como la democracia: se acostumbra a suponer que alguien más se preocupará por ella, como sucede con una cantidad de asuntos de interés público estancados.

Hace más de 50 años, Mancur Olson planteó el problema de la acción colectiva desde una perspectiva económica: la gente se organiza cuando hay incentivos, cuando se siente afectada de forma directa. Por ejemplo, si el hoyo de su casa se extiende a lo largo de su vecindario será usted y sus vecinos quienes se organizarán rápidamente para resolver el problema; escribirán cartas a las autoridades competentes, solicitarán cobertura de los medios de comunicación si éstas no responden, aportarán recursos en la medida de sus posibilidades… En fin, se moverán.

Lamentablemente, las sociedades se mueven hasta que los hoyos de las carreteras se convierten en cárcavas incontrolables. Los momentos de gran inestabilidad ocurren cuando las instituciones públicas —las supuestamente responsables de arreglar los hoyos— no son capaces de adaptarse a nuevas exigencias sociales. Esta distorsión entre oferta institucional y demanda social fue identificada por Samuel Huntington, décadas atrás, al comparar países que gozaban de estabilidad política frente a países que caían en círculos de incertidumbre e inestabilidad. El Salvador se encuentra, nuevamente, en esta encrucijada.

En su editorial “El Salvador se mueve” la UCA advirtió que el país se acerca a una coyuntura de crisis no vista desde los Años Setenta, determinada por la crisis del sistema de partidos, las vulnerabilidades de los procesos electorales venideros, la situación fiscal del país, el drama humano y cotidiano de la violencia y el probable retorno de miles de salvadoreños desde Estados Unidos. En contraste, en una entrevista realizada en este medio, Salvador Samayoa —uno de los firmantes más prominentes del Acuerdo de Paz— valoró con optimismo la democracia salvadoreña y tildó de alarmistas a quienes dibujan tormentas inevitables.

Los siguientes meses son críticos para definir tal encrucijada. Si la crisis de violencia y la situación económica, política y migratoria son abordadas con audacia y el discurso destructivo de antipolítica es enfrentado con propuestas innovadoras y estatura política, es muy probable que se evite cualquier tormenta de inestabilidad. Pero esta dosis de madurez y pragmatismo no surgirá de aspiraciones vacías de acción; la gente tendrá, como nunca, que moverse y presionar a sus funcionarios, a los partidos políticos y a sus candidatos para que eso suceda. De nosotros depende.

@guillermo_mc_