El efecto Weinstein

El rompimiento de la presa ha empoderado a muchas víctimas y muchas han dado a conocer su historia diciendo valientemente “yo también”.

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Por Mirna Navarrete

12 November 2017

La presa se reventó. Cedió, impotente ante la presión causada por decenas y decenas de valientes mujeres que fueron a la prensa para que constara en el récord que el billonario productor hollywoodense Harvey Weinstein usaba su poder para abusar de sus víctimas. Y después de que cayó él comenzaron a caer más. Y desde entonces, a diario, la prensa estadounidense ha ido publicando las historias de muchas otras mujeres que han sido victimizadas en sus lugares de trabajo, ya sea en los bastidores de un club de comedia, las fiestas postproducción de una película, o el cuarto de prensa de importantes (y supuestamente progresivas e inclusivas) instituciones del periodismo.

Es triste que la fuerza continúe estando en los números y que tenga que llegarse a una masa crítica de denuncias para que la opinión pública comience a creerles a las víctimas. La consecuencia, por el momento, es que a los victimarios se les ha despojado de sus privilegios. Despidos, cierres de compañías, proyectos cancelados. Al respecto, no han faltado las críticas compadeciéndose de los pobres victimarios vueltos parias, y del “linchamiento” público y asesinato de carácter que han supuestamente sufrido. Si bien la presunción de inocencia es un principio constitucional de aplicación perpetua, este se refiere a los procesos judiciales --en la convivencia en sociedad, el mercado de las ideas permite que haya ideas que ganen y otras que pierdan, y el tufillo del abuso sexual debería de ser una idea perdedora. No han faltado quienes han dicho, “¿y por qué hablan hasta ahora?”, cubriendo de duda las denuncias porque en sus cabezas el momento no corresponde en lo que a línea de tiempo se refiere con su propia idea de cómo lidiar con algo tan incómodo y traumático como el abuso sexual. Como si el tiempo transcurrido borrara en manera alguna los traumas o las experiencias vividas.

El rompimiento de la presa ha empoderado a muchas víctimas y muchas han dado a conocer su historia diciendo valientemente “yo también”. Y mientras es fácil empatizar con las actrices y modelos famosas que han sufrido victimizaciones a manos de los poderosos de los que han tenido que depender para hacer su trabajo, es imposible negar que incluso ellas han logrado la valentía de presentarse ante la prensa y la opinión pública para denunciar a sus acusadores porque tienen también cierto privilegio. ¿Qué hay de las miles que no lo tienen y cuyas plazas laborales son fácilmente reemplazables? ¿Qué hay de aquellas que trabajan alejadas de la luz brillante de los escenarios y el glamour de las cámaras, en maquilas, cafetales o call centers?

¿Qué hay de las que no tienen la capacidad de acudir a un periodista, porque su historia parecerá demasiado insignificante para la prensa, como si por no ser conocida su abuso doliera menos?

¿Cuántas personas, hombres y mujeres, pueden en el país decir “yo también”? ¿Cuántos contestarán a la defensiva, diciendo que es exageración porque “no todos los hombres” son así, como si cada denuncia los atacara personalmente? ¿Cuántos dirán que porque tienen hijas, hermanas o mamá, respetan automáticamente a las mujeres? Como si solo mereciéramos respeto por nuestro parentesco con un hombre y no por nuestra condición y dignidad de seres humanos. El efecto Weinstein --y el periodismo cumpliendo esencialmente su rol de auditoría y pedir cuentas -- está cosechando efectos positivos entre las poderosas élites, quizás empezando a romper con la perpetuidad de que tener poder otorga la ventaja de acciones sin consecuencia alguna. Pero a menos que logre romper la normalización con la que tratamos los abusos cotidianos que se padecen en los estratos alejados de la fama, servirá a las víctimas de manera limitada.

 

*Lic. en Derecho de ESEN

con maestría en Políticas

Públicas de Georgetown University.

Columnista de El Diario de Hoy.

@crislopezg