No hay mal que dure cien años…

Hoy día solo quedan cinco: China, Vietnam, Laos, Corea del Norte y Cuba. Sin embargo, no son tan marxistas como parecen.

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Por Elizabeth Castro

10 November 2017

El 7 de noviembre se cumplió un siglo del triunfo de la Revolución por la que el comunismo se hizo con el poder en una depauperada y confusa Rusia. Y el 9 casi treinta años de la emblemática caída del Muro de Berlín.

Lenin se apropió y puso en práctica una de las tesis de un pensador alemán muerto treinta años antes, Carlos Marx, quien sentenciaba aquello de que “los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, ahora de lo que se trata es de transformarlo”… Y vaya que sí lo logró: la historia del siglo XX no se entendería sin el marxismo.

A partir de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, y debido al papel que jugó magistralmente Stalin durante y después del conflicto, gran parte de Europa resultó comunista. China se sumó después. En 1953 se añadió Corea del Norte, en 1959 Cuba y, a mediados de los Años Setenta, Vietnam, Camboya y Laos. Guatemala y Chile pasaron por breves períodos de gobiernos comunistas, en el resto del Latinoamérica hubo gobiernos de izquierda, pero ninguno ortodoxamente marxista.

La URSS fue comunista hasta 1991. Todos los países europeos satélites de Rusia también dejaron de serlo. Hoy día solo quedan cinco: China, Vietnam, Laos, Corea del Norte y Cuba. Sin embargo, no son tan marxistas como parecen: chinos y vietnamitas tienen un “comunismo de mercado” sui generis, Cuba y Corea son más bien “monarquías” familiares, y Laos es simplemente una dictadura militar.

No hay que olvidar que, según Marx, el comunismo sería una etapa en la evolución histórica del mundo regido por las leyes de la dialéctica y la lucha de clases y que por lo mismo —según su teoría— los países que primero se convertirían al comunismo, en su ruta hacia el paraíso del proletariado, serían los capitalistas.

Sin embargo, la historia le jugó una mala pasada a Marx y a sus seguidores: ni se hicieron comunistas los países capitalistas (más bien lo padecieron naciones pobres, coloniales y eminentemente agrícolas como la misma Rusia), ni la planificación económica centralizada resultó mejor que su contrario, ni se unieron todos los proletarios del mundo, ni la dictadura del partido dio lugar —después de cien años de sangrientos intentos, millones de muertos y toneladas de sufrimiento— a ninguna sociedad comunista sin clases.

El fracaso político, social y económico del comunismo no debería ser explicado. Basta saber un poquito de historia y quitarse las anteojeras ideológicas para darse cuenta de que en todos los países que pasaron por este régimen —sin excepción— las condiciones materiales y económicas de los habitantes empeoraron indiscutiblemente; por no hablar del detrimento de la dignidad humana, ni del aplastamiento de las libertades.

Y en todo caso, si hubo beneficios de salud, educación y seguridad en los regímenes comunistas, los daños a la gente y al tejido social fueron tan grandes, que opacan por mucho los beneficios alcanzados.

Indefectiblemente, quienes todavía defienden el comunismo alegan que en esos países (¿Cuba? ¿Corea?) se vive mejor. Sin embargo, no son consecuentes; si lo fueran, hace rato habrían emigrado para vivir en el paraíso de igualdad que dicen que son esas sociedades.

Después de cien años ha quedado muy claro que todas las predicciones marxistas resultaron equivocadas, que la economía no se mueve por las leyes de la dialéctica, que las ideas marxistas acerca de la sociedad están lejos de la realidad, y que la aplicación de los principios de izquierda han producido, en lugar de bienestar, muerte y sufrimiento.

Sin embargo, hay quienes siguen empeñados en ver el mundo a través de su canuto. ¿Qué se puede hacer? Ya se sabe: no hay peor ciego que el obcecado ideológico.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare