Los penúltimos en el Latinobarómetro 2017…

El país se ubica en el penúltimo lugar, entre 18 naciones, cuando se le consulta a la gente sobre la satisfacción con la democracia. Lo mismo ocurre al calificar la confianza en las instituciones, incluyendo a los partidos políticos, y la aprobación del gobierno: El Salvador comparte con Brasil los últimos puestos de la lista.

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Por Mirna Navarrete

08 November 2017

Los resultados del Latinobarómetro 2017, un estudio de opinión pública que viene realizándose desde 1995 en América Latina, no son nada favorables para el gobierno, los partidos políticos y la democracia salvadoreña. El país se ubica en el penúltimo lugar, entre 18 naciones, cuando se le consulta a la gente sobre la satisfacción con la democracia. A dieciséis posiciones de distancia, en el primer lugar, se encuentra Uruguay, una de los sistemas con mayor tradición democrática y cultura política del Continente. Lo mismo ocurre al calificar la confianza en las instituciones, incluyendo a los partidos políticos, y la aprobación del gobierno: El Salvador comparte con Brasil los últimos puestos de la lista.

La gran incógnita es si el sentimiento en contra de la política y de los políticos impactará el resultado de las elecciones legislativas y municipales de 2018 y las presidenciales de 2019. Similar interrogante seguramente flota en la mente de los candidatos y de sus equipos en Honduras, Chile, Costa Rica, Colombia, México, Brasil y Venezuela, donde se celebrarán comicios presidenciales entre este y el próximo año. El caso venezolano es el claro ejemplo de las consecuencias que resultan del ataque indiscriminado a los partidos políticos y de la falta de iniciativa de estos últimos por modernizarse y atender las exigencias de la población.

En un reciente artículo publicado en El País de España, el profesor Manuel Alcántara, reconocido politólogo español de la Universidad de Salamanca, analiza la relación, cada vez menos dependiente, de los presidentes con los partidos que los llevaron al poder. “Sobre 136 casos registrados 26 presidentes cuando fueron elegidos no tenían relación orgánica alguna con el partido por el que fueron postulados. Los 110 que sí la tenían dibujaban escenarios en los que había relación de mayor o nivel intensidad, entendiendo por tal el grado de control del partido por parte del presidente”.

En conclusión el cientista político advierte que los candidatos independientes, los que utilizaron un partido para alcanzar el poder separándose de éste una vez logrado su objetivo o los que fueron expulsados, caso del presidente Lenin Moreno en el Ecuador, representan “uno de los elementos más novedosos de la vida política latinoamericana”.

El trasfondo de esta situación es el riesgo de un mandatario con una muy débil capacidad de gobernar. Un presidente sin partido, que mantiene una relación inestable con la organización partidaria que lo llevó al poder y carente de los atributos de liderazgo que se necesitan para formar coaliciones en la Asamblea Legislativa, está condenado al fracaso. Su éxito, manifestado en las urnas al obtener el respaldo de los votantes que le endosaron su confianza porque su promesa fue la de separarse de los políticos y de los partidos tradicionales y resolver los problemas de manera inmediata, puede transformarse en su peor enemigo. Ganó las elecciones pero no tiene aliados en el Congreso que le aseguren la aprobación de las leyes que necesita para cumplir sus promesas electorales.

Lo mismo podría suceder con los candidatos independientes a diputados. El entusiasmo con el que sus seguidores los avalaron para llegar a la Asamblea puede esfumarse en un dos por tres si los nuevos legisladores no son capaces de persuadir al resto de sus compañeros, incluyendo a los miembros de grupos parlamentarios, de impulsar una determinada agenda legislativa.

El Latinobarómetro 2017 confirma la realidad que venimos observando desde hace varios años: los ciudadanos están desencantados con la política, insatisfechos con la democracia y sedientos de líderes que solucionen sus necesidades urgentemente. Ya no les importa si las acciones que se toman son sostenibles financieramente en el tiempo ni si se trata de medidas temporales, y tampoco reparan en las violaciones al Estado de Derecho y las graves secuelas que pueden derivar de la aplicación autoritaria de la ley.

El reto para los que aspiran a representar a sus compatriotas, se trate de candidatos partidarios o no partidarios, es el de evitar el recurso de la antipolítica, el populismo y el clientelismo político como estrategias para ganar las elecciones y luego como mecanismos para gobernar. Hacer lo contrario nos conduciría irremediablemente a un futuro desprovisto de una visión de nación.

*Columnista de El Diario de Hoy.