Ser, parecer y…

Como medios tenemos como misión desentrañar a los ciudadanos que aspiran hacerse del poder, cuestionarlos, explicar sus motivaciones y descubrir si en ellos hay peligrosos vicios. No podemos presumir bondad en ellos si no lo han demostrado.

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Por Mirna Navarrete

08 November 2017

La sabiduría popular —me encanta esa frase— tiene un dicho muy útil: no solo hay que ser bueno, hay que parecerlo. De tal manera que no basta tener buenas intenciones, debe hacerse notar con las acciones diarias, pues esto genera confianza y, esta última, cooperación y mejora.

Esto cobra particular importancia cuando la frase llega al campo de la política. En tiempo de campaña, todos dicen ser la mejor persona que el mundo entero ha visto. Ninguno tiene nada reprochable y de cada quien se podría escribir grandilocuentes obras que permanezcan en los anales de la literatura universal.

No obstante, al hacer un examen más detallado de la conducta de estas personas que aspiran a un cargo público, notamos que muchos de ellos tienen pasados cuestionables y conductas por las cuales nos deben al menos una explicación.

Y es que el “ser bueno” no depende únicamente de la definición que uno dé de sí mismo en un anuncio inspiracional. También hay que parecerlo, hay que demostrarlo en el día a día. Hay que hablar de probidad, sí, pero también hay que ser probo al mismo tiempo. Hay que promover la transparencia siendo completamente cristalino con los actos propios. No se puede atacar la corrupción cuando se ha llenado al despacho de asesores que también son primos y compinches.

Ser bueno es más que autocalificarse. Es actuar con ética, ser efectivo y eficiente en el manejo de recursos. Y, al mismo tiempo, generar confianza y “parecer” un líder cuyo ejemplo es digno de perseguir. El camino para ser ese líder es largo y requiere esfuerzo, un compromiso con la verdad y una actitud de genuino diálogo con quienes le rodean, aun si éstos piensan diferente.

Ser bueno no depende de la adulación de los “aplaudidores”, ni de artículos benevolentes de la prensa sesgada. Hay que serlo de verdad y parecerlo de verdad.

Últimamente nuestros líderes han decidido sustituir el “ser” por el “no importa, siempre que tengamos quien nos aplauda y justifique”, convirtiendo la competencia por acceder a un cargo público en un concurso de popularidad vacía y gregaria.

Y el “parecer” ha sido vencido por el más básico “aparecer”. El seudo líder político del presente parece estar obsesionado con ver su rostro cada día en la prensa y robar quince segundos de cámara con cualquier perorata, así sea esta un mediocre intento de un eslogan.

Aparecer es la nueva misión: estar en todas partes. Bombardear con sonrisas y palabras que inspiran pero no sirven de nada y, en el proceso, asegurarse de que todo el mundo lo retome. Y es tanto el ruido que se genera con la omnipresencia del mensaje que ya no logra distinguirse si en serio se está diciendo algo de valor. Aunque generalmente no.

La política salvadoreña se ha convertido en una especie de mercado distorsionado donde no vende quien ofrece el mejor producto, sino el que grita más lo que tiene —aun si es nada— y logra no poder ser ignorado.

Pero quién dijo que todo está perdido. Por un lado, el ciudadano está obligado (moralmente) a tener pensamiento crítico y no estrellarse en las rocas por seguir cantos de sirena. Y, por otro lado, es el rol de periodistas y generadores de opinión el ayudar a discernir entre todo el ruido quién solo quiere aparecer hasta el hartazgo para ser recordado el día de la elección y quién sí está diciendo algo coherente.

Como medios tenemos como misión desentrañar a los ciudadanos que aspiran hacerse del poder, cuestionarlos, explicar sus motivaciones y descubrir si en ellos hay peligrosos vicios. No podemos presumir bondad en ellos si no lo han demostrado. No debemos sucumbir a la tentación de solo enumerar discursos sosos y declaraciones torpes. Si no lo hacemos, si nos prestamos al vicio del mero “posicionamiento” del candidato, estamos traicionando a nuestras audiencias.

Y entonces, habremos sido cómplices del “aparecer” tanto que se vuelva innecesario “parecer” bueno, útil, acaso competente… O peor aún, que sea innecesario serlo.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@docAvelar