No te metás con mis huevos

Todos a apoyar las causas que velan por la supervivencia de la especie (de tortugas); a no comprar sus huevos; a llamar al 919 para denunciar al restaurante que nos los ofrezca.

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Por Mirna Navarrete

06 November 2017

Esta es la historia de un milagro de la naturaleza que, entre julio y noviembre, sucede en las hermosas playas de nuestro El Salvador. Un milagro compuesto por múltiples y sorprendentes sucesos que, al narrarlos a continuación, espero despertar conciencias para que no nos metamos con sus huevos.

Me refiero a los huevos de tortuga, cuya extracción y consumo es un delito, de esos tantos de los que nos hacemos los del ojo pacho.

La naturaleza es muy sabia, y tras millones de años de evolución, ha dotado a las tortugas con instintos de supervivencia, lamentablemente, no capaces de detener al ser humano. Sin posibilidad de defenderse ante compatriotas que venden sus huevos bajo de agua (“jefe, le tengo huevitos de tortuga fresquecitos”), ni tampoco ante las manos cochinas de los que no depositan la basura en su lugar: Latas, pampers, plástico, cigarrillos, químicos y demás porquería, destruyendo su frágil ecosistema. Les pido un minuto de silencio por las 400 tortugas que recién fallecieron en Jiquilisco. Gracias.

El milagro inicia cuando las parientes de las tortugas Ninja usan su GPS, cortesía de mami naturaleza, para detectar la misma playa donde nacieron hace unos 10 años. De noche, su instinto las lleva a la tibia arena, mientras homo destructor supuestamente duerme, y las hace aletear, con sus dorsales, para construir el nido perfecto en que desovar. En forma de jarrón, con el fondo más ancho que la boca, un nido ni muy muy, ni tan tan profundo, capaz de resistir el peso de un transeúnte, en el que depositan unas 10 docenas de huevos.

En El Salvador, el homo destructor no duerme. Con lámpara, cigarro y Muñeco (seguido lo veo con mis propios ojos), espera pacientemente la conclusión del desove, - unas dos horas, aparta a la mamá tortuga, y llena su morral con pelotas de ping pong llenas de arena (con 120 vidas adentro), para luego abandonar la playa dejando una penosa estela de basura.

Triste escenario, pero más triste es cuando el destino de los huevos no es el vivero de tortugas, en donde les compran la docena a $2.50, sino que el restaurante que lo único que le interesa es facturarlos a $ 7, y vender un montón de cerveza. “A mí deme solo cerveza, pues nunca me he comido, ni me voy a comer, una tortuga, sobre todo ahora que leí que tienen 20 veces más colesterol que los huevos de gallina”.

Escenario aún más triste, cuando no solo le roban sus hijos a la tortuga, sino que la matan por fregar, o vender su carapacho barnizado. Un minuto de aplausos para Funzel, y demás ONG que trabajan mucho más que la Lina, en educar a la población marina y financiar los viveros.

El milagro continúa. A los 57 días, las tortuguitas que no acaban en el morral usan el filo reptil de su nariz para romper el cascarón; luego, aprovechan un ataque de hiperactividad, un boost de energía, para buscar a su mamá en lo profundo de la mar.

Lo malo de los viveros es que las tortuguitas bebés queman su hiperactividad tratando de escapar. Es por ello que después de una liberación de tortugas, la mar siempre lava aquellas víctimas que no les alcanzó la gasolina para pasar la reventazón. “Bueno, al menos no acaban en las tripas de un homo destructor”, afirma la lorita Pepita.

En nosotros está que este milagro continúe. Invito a diseñadores gráficos a que pinten tortugas con la súplica No Te Metás con Mis Huevos en camisetas, tazas, llaveros, pósteres y rótulos en las playas. Todos, a apoyar las causas que velan por la supervivencia de la especie; a no comprar sus huevos; a llamar al 919 para denunciar al restaurante que nos los ofrezca; a levantar nuestra voz para convertir este delito en delito; a limpiar nuestras playas.

¿Verdad que ya va siendo hora de que los salvadoreños dejemos de interrumpir el milagro de la naturaleza?

*Columnista de El Diario de Hoy.

calinalfaro@gmail.com