Cultura y riqueza

La clave del progreso es cultural, y el quid de la cultura es la educación. Ojalá lo entendieran los que pretenden gobernarnos.

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Por Elizabeth Castro

27 October 2017

En los países con economías desarrolladas, la riqueza y la mejor atención de las personas no dependen solo de la capacidad de producción, del nivel de conocimiento técnico, de la educación, innovación y desarrollo que haya. El factor cultural es sumamente importante. Concretamente, la idea de progreso y el papel de las instituciones condicionan de raíz no solo el desarrollo humano, sino también la velocidad de su proceso.

En su momento, para que la Revolución Industrial transformara al mundo a partir del incremento de la producción de bienes, además de los avances científicos y tecnológicos, hizo falta que se dieran unas condiciones culturales determinadas, entre las que destacan el cambio de mentalidad con respecto a la estratificación social (que comenzó a desplegarse a partir de la Revolución Francesa), el cese de la estigmatización de la acumulación de riqueza en manos particulares como algo inmoral, la clarificación del papel del Estado en relación con el mercado, etc.

Consecuentemente, las sociedades en las que las libertades (económicas, de expresión, de libre asociación, e incluso de credo o religión) fueron reconocidas como fundamentales alcanzaron un verdadero orden social, institucional, sin el cual jamás podrían haber llegado a las cotas actuales de desarrollo y bienestar.

Por contraste, en todas las naciones en las que han subsistido prejuicios contra la libertad, aunque se hayan hecho esfuerzos serios para difundir una cultura de humanismo y emprendimiento, estos han sido aplastados contra el muro cultural. En ocasiones, incluso, los órdenes institucionales endeblemente organizados han sido desbaratados a partir de gobernantes o “estadistas” que se han servido de esas mismas instituciones para corromper el sistema e inutilizarlas al ponerlas al servicio de ideologías.

Dicho de otro modo: en función de la idea de progreso que domine de manera efectiva en una sociedad, así será el desarrollo humano y económico que ésta alcance. Si en un país existe el consenso generalizado de que “progreso” es la repartición de una riqueza que ni siquiera se es capaz de generar, y las instituciones sociales son endebles y precarias, resulta imposible superar la precariedad.

En cambio, si se fomenta la iniciativa individual, se respeta la propiedad privada, se echa una mano a los más necesitados pero no se les sustituye en su camino a mejores condiciones, si las leyes impulsan y no frenan el trabajo y los emprendimientos, si el gobierno maneja prudentemente las finanzas, el verdadero progreso está más cerca de lo que a simple vista puede parecer.

Contar con un mayor conocimiento social, y de los resortes culturales que mueven una nación, es imprescindible para entender el funcionamiento de las economías y los engranajes que mueven las sociedades. El progreso no es un tema puramente institucional o técnico, ni siquiera educativo o de equidad e inclusión, es algo de mucha más profundidad que la simple producción.

La clave es cultural, no técnica: tecnología, innovación, educación, capacitación, pueden ser cosa de una o dos generaciones. Pero transformar la cultura… es tarea de largo plazo, que requiere visión, liderazgo, contenidos, trabajo y perseverancia.

Mientras no dejemos atrás “revolución o muerte” y/o “El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán” no avanzaremos. Ni unos (socialismo, colectivismo, dogmatismo ideológico), ni otros (mercantilismo, exclusión, dogmatismo ideológico) tienen posibilidad alguna de sacarnos adelante.

El crecimiento, el desarrollo humano —incluso, si se quiere, la inclusión y la equidad— no se logran a partir de la repartición de riqueza, ni por medio de “rebalses” macroeconómicos. En el primer caso se crea una sociedad de cómodos y mantenidos, en el segundo se llega a un canibalismo social.

La clave del progreso es cultural, y el quid de la cultura es la educación. Ojalá lo entendieran los que pretenden gobernarnos. Y más importante aún, que lo comprendiéramos quienes votamos por ellos.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare