¿Preguntas al presidente?

¿Cuándo fue la última vez que un presidente de la República se sometió a un cuestionamiento directo por parte de miembros de la oposición en El Salvador? ¿Habrá habido alguien, después de Armando Calderón Sol, que se sometiera constantemente al escrutinio de la prensa?

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Por Mirna Navarrete

25 October 2017

Cada miércoles, en la Cámara de los Comunes del Parlamento Británico, quien ocupa la silla de Primer Ministro debe sentarse por 45 minutos frente a sus compañeros parlamentarios y ser bombardeado con preguntas sobre cualquier tema de coyuntura o cualquier política que sea relevante en el momento para los británicos.

De este evento, llamado creativamente Prime Minister’s Questions (Las preguntas al primer ministro, o primera ministra en este caso), han surgido importantísimos debates y algunos momentos bastante entretenidos.

En un formato que pareciese caótico hay ciertas reglas que tomaría tiempo explicar, pero en términos generales buscan que haya una dinámica de constante cuestionamiento entre las diferentes bancadas políticas. Estos eventos además son abiertos al público, aunque por razones de espacio hay asientos limitados.

Desde la instauración de la práctica en 1880, los británicos saben que además de las usuales discusiones que se sostienen en el Parlamento, al menos una vez por semana quien ocupa la oficina de primer ministro será cuestionado directamente y no hay opción de evadir las preguntas, aunque algunos han sido más hábiles en “hablar paja”. El desorden y el ruido que se produce en la Cámara son señales importantes de un estilo de hacer política que se somete a una constante evaluación.

¿Cuándo fue la última vez que un presidente de la República se sometió a un cuestionamiento directo por parte de miembros de la oposición en El Salvador? ¿Habrá habido alguien, después de Armando Calderón Sol, que se sometiera constantemente al escrutinio de la prensa?

La falta de una práctica sistemática de preguntas a un presidente o a cualquier funcionario relevante, ya sea por la oposición, la ciudadanía o en conferencias de prensa, tiene varios efectos nocivos en una democracia. Primero, lo obvio, no sabemos qué piensan sobre determinada situación. Podrán pronunciarse en rimbombantes cadenas o comunicados de prensa sobre un tema o dos, pero la agenda nacional es más amplia que esos pocos minutos al aire.

Segundo, no se puede repreguntar. Es decir, si una respuesta, postura o enunciado queda a medias, ¿cómo hacemos para ahondar? La comunicación en una vía no le permite a un mandatario saber si aquello que sus asesores le prepararon es realmente una respuesta a las diferentes inquietudes de la ciudadanía. Y honestamente no me consta que lo quiera o le interese saber.

Tercero, es fácil calificar de desestabilización u oposición necia cualquier crítica si no hay una forma sistematizada de exigir rendición de cuentas en vivo y a todo color. Por otro lado, si la hubiese, se podría notar cuáles son aquellos temas donde siempre hay dudas, repreguntas o cuestionamientos.

Cuarto, quien sea que pudiese tener acceso a las preguntas (la oposición, la ciudadanía o la prensa) se pierde de un importantísimo ejercicio de fogueo. El hábito de preguntar requiere precisión y práctica, y si se hace constantemente es cada vez más inquisitivo.

Y como estas, veo muchas más cosas que los salvadoreños nos estamos perdiendo cuando no establecemos como costumbre este tipo de ejercicios democráticos.

Pensémoslo bien: nuestro presidente difícilmente da la cara y cuando lo hace, es en eventos montados por su equipo, como los “Festivales del buen vivir”, donde los mensajes provistos pintan un país que le produce mucha envidia a suecos y finlandeses. Algunos de los principales alcaldes del país parecen ser inalcanzables para la prensa y hay unos que hasta le han cerrado puertas a medios en concreto.

Es más fácil encontrar a un diputado, pero pueden llegar a ser elusivos o solo dar la cara cuando hay temas en su agenda en particular que les interesa posicionar. Y ante preguntas difíciles, tienden a cerrarse sin temor a ningún costo político.

Por otro lado, esto no es una calle de un solo sentido. Los ciudadanos nos hemos acomodado a no exigir respuestas y solo emitir un juicio fácil o parcializado ante una situación política en particular.

La democracia británica claramente no es la ideal, algo que se puede evidenciar mucho estos días, por ejemplo, con la incertidumbre sobre el Brexit. Sin embargo, algo se puede aprender de estos mecanismos, que obligan a rendir cuentas y no le permiten a ningún primer ministro vivir la falsa ilusión de aceptación y aplausos que le pueda proveer su equipo de propaganda.

 

*Columnista de El Diario de Hoy.

@docAvelar