Doscientos años de desfase

El comercio sin proteccionismo, la democracia representativa, el respeto a la ley, el funcionamiento de las instituciones, la independencia de poderes políticos, el secularismo, la innovación, las libertades civiles, no parecen ser lo nuestro…

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Por Mirna Navarrete

20 October 2017

Vivimos en un país con profundas desigualdades y una violencia terrible, condiciones que no se han producido de la noche a la mañana, ni siquiera en los últimos cincuenta años. Lo que somos, y cómo somos, viene de lejos…

Cuando uno se interesa por comprender lo que nos ha conducido hasta aquí, la historia tiene respuestas, como las que busca Macario Schettino en un artículo publicado en estos días en México y que titula –sugerentemente- “Herencia maldita”.

Escribe: “históricamente, nuestros puntos en común son conocidos: culturas autóctonas que no desarrollaron metalurgia (salvo de oro y plata) y que nos heredaron una cantidad no menor de costumbres e ideas. Luego, la conquista y la colonia, que nos dejó idioma y religión (y actitud ante las leyes), modificados por dichas culturas originales. Políticamente, (casi) todos nos independizamos en el primer cuarto del siglo XIX y luego vivimos medio siglo de caudillos, 35 años como proveedores del capitalismo global; guerras civiles y finalmente el clientelismo populista del siglo XX”. Hoy día –añado- ese populismo que menciona está dando sus frutos más amargos: en algunos países se ha instalado el auto denominado socialismo del siglo XXI, en otros se padecen las reacciones políticas y sociales al mismo, y en todos se sufre una terrible corrupción pública y privada.

A lo anterior habrá que añadir la consideración de que los procesos independentistas, más que revoluciones populares fueron rebeliones elitistas. Caldo de cultivo de situaciones como la existencia de privilegiados y grupos de poder político y económico, con sus concomitantes clasismo y exclusión social, y espíritu de caudillismo, que perviven hasta hoy.

El esquema élite (que está por encima de la ley) y pueblo (que sufre la ley) es tenaz. Durante el período colonial la gente contaba sólo como mano de obra; después, como carne de cañón; luego, como votos comprados con bagatelas; últimamente, como fuerza electoral clientelista; y siempre, como excusa válida para poder hablar de democracia.

En general, en América Latina las derechas han sido poco liberales y más bien mercantilistas, mientras las izquierdas, una vez en el poder, se revelan ineptas y arribistas. Si tienen algo en común, es creer que por el hecho de gobernar son mejores que los demás y tienen “derecho” a privilegios.

Esa configuración de dominio político (no sólo económico como sostienen los marxistas) hace que en Latinoamérica -y no somos la excepción- después de cada revolución, nada se altere. A élite depuesta, élite puesta: cambiamos de diablo, pero no de infierno.

El comercio sin proteccionismo, la democracia representativa, el respeto a la ley, el funcionamiento de las instituciones, la independencia de poderes políticos, el secularismo, la innovación, las libertades civiles, no parecen ser lo nuestro… Pertenecen a un mundo desarrollado que nos lleva unos doscientos años de ventaja.

Contar con un Estado constitucional y una sociedad auténticamente democrática, en la que la gente cuente de veras, lleva tiempo. Pretender que de la noche a la mañana una sociedad estructurada por élites político-económicas-de-izquierda-o-de-derecha, y grupos de poder al servicio de las mismas, sea capaz de pacificar, poner las bases del progreso, etc., es ser ingenuo, saber poca historia, o pensar ideológicamente.

Las lecciones de la historia no sólo nos indican que erradicar la desigualdad y pacificar una nación lleva su tiempo, sino también que el punto de inflexión depende de factores de los que todavía carecemos: igualdad de todos ante la ley, Estado real de Derecho, educación para la ciudadanía y no sólo para la producción, democracia representativa, desaparición de caudillos y caudillismos, etc.

Darse cuenta de las raíces del problema es un paso. Trabajar para dejar de reproducir esquemas sociológicos, económicos y políticos contraproducentes y arraigados en el pasado, es otro.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare