Informalidad e inseguridad

En la informalidad, las pandillas funcionan como un gobierno paralelo que impone orden, llenando el vacío de poder ocasionado por la ausencia del Estado. Esto es lo que permite que dichos grupos interactúen de forma diferente con actores de su entorno.

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Por Mirna Navarrete

17 October 2017

La percepción generalizada entre la ciudadanía, según lo revelan distintas encuestas de opinión, es que el abordaje gubernamental del problema de inseguridad es inefectivo. Una lectura popular sobre esta ineficacia es que los funcionarios responsables de combatir la delincuencia son personas escogidas por su lealtad al partido oficial y no por su idoneidad para el cargo. La inferencia más sencilla es que, entonces, la dirección de la seguridad está en manos de incompetentes que no saben lo que hacen, porque fueron nombrados por su afinidad con el partido y no por su trayectoria profesional o su preparación académica. No obstante, el asunto parece más complicado.

Es necesario tomar un par de pasos hacia atrás y apreciar el escenario de forma más amplia. Existen otros elementos que pareciesen no estar vinculados a la seguridad, pero que en realidad tienen el potencial de tener un impacto trascendental que deteriorará la situación aún más. Da la impresión de que las personas al frente del gabinete de seguridad no son personas incapaces sino individuos sumamente hábiles para ejecutar la parte que les corresponde de una estrategia mucho más amplia vinculada a intereses políticos. Mejorar la seguridad simplemente no es su prioridad.

Distintas investigaciones oficiales y periodísticas revelan la exitosa (y alarmante) incursión de las pandillas en la dinámica política del país. Según los casos indagados, dichos grupos lograron infiltrar al sector político hasta convertirse en aliados codiciados y, en consecuencia, cortejados por políticos de todos los colores. El poder e influencia territorial de las pandillas se convirtió, gracias a la negociación propiciada por el gobierno de Mauricio Funes, en un activo importante que los candidatos incluyen en sus cálculos electorales. Bajo esta óptica, a los partidos políticos - particularmente a los que se han beneficiado de este tipo de interacción con las pandillas - no les conviene debilitar a estos grupos, les conviene que estén fuertes para que tengan la capacidad de influenciar los resultados electorales a través del uso de amenazas y violencia.

Curiosamente, el gobierno se ha encargado de impulsar diferentes medidas con el potencial de fortalecer el control que ejercen las pandillas en los territorios en los que tienen presencia. Específicamente, las autoridades han lanzado proyectos y reformas de carácter económico que motivan la migración hacia la informalidad. La cantidad de medidas que desmotivan a que los negocios y las personas particulares se muevan en contextos controlados por el ojo fiscalizador del Ejecutivo, es significativa. Esto es sumamente peligroso en un país como el nuestro, en donde existen estructuras criminales con gran alcance y arraigo territorial.

La clave del poder de las pandillas está en la informalidad. En nuestro país, la mayoría de empleos son proveídos por el sector informal. Esto ha sido un factor importante vinculado a la evolución de las pandillas. En la informalidad, las pandillas funcionan como un gobierno paralelo que impone orden, llenando el vacío de poder ocasionado por la ausencia del Estado. Esto es lo que permite que dichos grupos interactúen de forma diferente con actores de su entorno. Aquellos que se manejan en la informalidad, se someten al control de las pandillas, porque no les queda de otra.

Considerar estos elementos realmente contextualiza de forma provocativa el papel que están jugando los encargados del gabinete de seguridad. Esto es particularmente relevante en la coyuntura actual: un evento electoral se aproxima y, coincidentemente, se han registrado variaciones en los índices criminales que concuerdan con el ingreso de camionetas secretas a los centros penitenciarios donde purgan penas los principales cabecillas pandilleros y, además, circulan fuertes rumores de negociaciones clandestinas entre funcionarios y dichos grupos criminales. Lastimosamente, la clase política salvadoreña nos ha demostrado que no podemos ignorar este tipo de situaciones, sino que necesitamos indagar y descartar los escenarios más oscuros, ya que son los caminos predilectos por los malos políticos.

*Criminólogo

@_carlos_ponce