El alcalde capitalino

No caiga, estimado lector, en los cantos de sirena de políticos “efectivos” que se rehúsan a transparentar sus proyectos o recurren a humillar con matonería a quienes les hacen preguntas.

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Por Mirna Navarrete

10 October 2017

Admitámoslo: el alcalde capitalino es un político hábil. De hecho, me atrevería a decir que en términos de efectividad de mensaje es el “mejor político del país”. También tiene otro punto a su favor: sus obras se notan, aunque muchas de éstas sean meramente estéticas.

En ocasiones, se debe a que ha rejuvenecido partes de la ciudad que parecían abandonadas, dándole a los ciudadanos rincones más dignos y rescatando sectores que eran intransitables o incómodos.

Otras veces ha hecho lo mismo que se hacía antes pero lo ha sabido comunicar mejor. Y no es poco común ver cuadrillas de trabajadores vistiendo los colores oficiales de la comuna, haciendo trabajo de limpieza o jardinería, que a su vez muestra presencia. La gente ve y siente el trabajo municipal.

Habiendo dicho esto, es necesario entender que calificar de “bueno” o “malo” a un funcionario público no solo depende de los resultados que parezca mostrar o de la cantidad de productos “terminados”, como un parque nuevo o la limpieza de un nuevo pasaje del centro histórico.

Es importante, además de evaluar la efectividad de la gestión, tomar en cuenta otras variables a la hora de emitir un juicio. Por ejemplo, la transparencia con la que se ejecutan las obras. Es decir, si los contratos otorgados fueron completamente claros, si no hubo nepotismo o si la ciudadanía puede acceder a la información clave de las diferentes licitaciones.

Asimismo, es necesario conocer los estudios de factibilidad y de impacto de los diferentes proyectos, para asegurarnos de que no solo se trata de hacer obras por hacerlas, sino de una apuesta estratégica por una capital más digna.

Finalmente, es necesario tener claro que no haya fondos públicos destinados a actividades partidarias, propagandísticas o proselitistas, pues esto supondría una traición al ciudadano contribuyente.

Más allá de lo visible de sus obras, temo que el alcalde capitalino debería aclarar estos últimos puntos. Pese a haber algunos resultados, en ocasiones se ha visto poco clara la forma en que los proyectos se llevaron a cabo.

Además de la transparencia, que es un pilar fundamental de una gestión municipal, es necesario que un alcalde tenga cierto compromiso con la democracia. Es decir, que sepa lidiar con sus críticos de manera propositiva.

Tristemente, es ahí donde el edil encuentra su punto más débil. Por momentos parece que las pequeñas victorias mediáticas le han situado encima del bien y el mal y percibe que ya no debe rendir cuentas a los ciudadanos. Y cuando es cuestionado, recurre a la humillación, la descalificación y el sarcasmo, sacudiéndose así las incómodas preguntas que le puedan hacer. Y si no lo hace él, parece hacerlo un ejército de cuentas falsas en redes sociales, presuntamente vinculado a él, y dedicadas a desinformar y, en ocasiones, difamar a sus rivales políticos.

Los medios de comunicación no han corrido mejor suerte. Es prácticamente imposible obtener una entrevista con él, le ha cerrado la puerta a la prensa independiente y les ha acusado de estar del lado de sus rivales y de mentir.

El edil ha optado por desafiar al Ministerio Público en una tarima, frente a empleados municipales y tratar de ganar el “juicio político”, en lugar de someterse a un proceso limpio y justo. Y cuando la situación se ha puesto tensa, ha recurrido a la narrativa de persecución.

Durante el tiempo que ha estado en el poder, pese a haber dado algunos resultados, el alcalde de la Ciudad de Guatemala, Álvaro Arzú Irigoyen, ha demostrado algunos de los peores vicios de quienes pretenden detentar el poder sin límites ni cuestionamientos. Esa forma oscura de gobernar hace que la etiqueta de “democrático” -- o siquiera la de “líder” -- le quede grande.

No caiga, estimado lector, en los cantos de sirena de políticos “efectivos” que se rehúsan a transparentar sus proyectos o recurren a humillar con matonería a quienes les hacen preguntas. Son, al final del día, aprendices de dictador y caudillos baratos, cuyas ansias de ser “redentores” y “mesías” son las más peligrosas epidemias de nuestros países.

 

*Columnista de El Diario de Hoy.

@docAvelar