Una relación importante

Para qué esperar a que la persona tenga un infarto para tratar adecuadamente la depresión si haciéndolo oportunamente se puede prevenir el primero.

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Por Elizabeth Castro

06 October 2017

Es algo prácticamente aceptado, la depresión es un factor de riesgo cardiovascular. Al igual que los que se conocen desde hace décadas, como la hipertensión arterial, la diabetes, el sedentarismo, el tabaquismo y los altos niveles de colesterol, la depresión aumenta el riesgo de eventos vasculares severos, como el infarto miocárdico y los accidentes cerebrovasculares, conocidos comúnmente como derrames cerebrales.

Recuerdo que hace algunos años asistí a un congreso de Psiquiatría en los Estados Unidos y uno de los temas de los que más se hablaba era de tratar apropiadamente la depresión en los pacientes que habían sufrido un infarto o un derrame. Este tratamiento, se decía, era esencial, pues podía prevenir un segundo evento. Un par de años después, en un cónclave similar, la discusión sobre el tema había variado un tanto. Se decía que para qué esperar a que la persona tuviera un infarto para tratar adecuadamente la depresión si haciéndolo oportunamente se podía prevenir el primero. Tenían razón, era algo de sentido común.

La depresión es un fenómeno frecuente en pacientes que sufren un infarto cardíaco o un accidente vascular cerebral. Es obvio que ante cualquiera de estas dos condiciones que ponen en riesgo la vida, la persona entra en estrés. El hecho o la perspectiva de perder facultades, la inevitable percepción de que la vida está en peligro y el cambio drástico en las rutinas y los hábitos cotidianos, ocasionan mucha ansiedad que eventualmente conduce a depresión. Además de los factores puramente psicológicos se piensa que, al menos en los eventos cerebrales, se producen alteraciones a nivel molecular que inducen cambios en los estados anímicos. De lo anterior la importancia de un diagnóstico y tratamiento adecuados.

Pero la depresión pudo haber estado presente antes del evento cardíaco o cerebral, y haber sido uno de los factores que los provocaron. Desde hace tiempo se ha observado que personas, especialmente mayores, que han perdido un ser querido no tardan mucho tiempo en enfermarse y seguir el mismo camino. Otros percances igualmente devastadores también tienen el mismo efecto. Todos podríamos dar ejemplos de estos casos, en familiares o conocidos. Solo que ahora a estas observaciones tan frecuentes se las está analizando científicamente.

Se ha determinado que la depresión afecta la salud vascular en forma directa e indirecta. En forma directa por ser un fenómeno hipercoagulante (facilitando la formación de trombos), induciendo la formación de placas en las arterias e incrementando la producción de radicales libres y ácidos grasos, dañando la capa interior de los vasos sanguíneos. En forma indirecta porque las personas deprimidas tienden a hacer menor ejercicio y a estar menos interesadas en buscar ayuda médica, hacerse chequeos periódicos de su estado cardíaco, y cumplir adecuadamente con la medicación.

Otro factor que influye mucho es el prejuicio que se tiene para con los psiquiatras y psicólogos y para con los fármacos usados en Psiquiatría. “No estoy loco como para ir a ver a un psiquiatra”, “esos medicamentos que dan pueden afectar la personalidad”. Estas son frases comúnmente escuchadas (y erróneas) que evitan evaluaciones y tratamientos que podrían ser muy importantes.

Pero ahora que se conoce la relación entre salud mental y salud cardiovascular tal vez se comience a ver la situación de otra forma. En personas adultas los eventos vasculares son las principales causas de muerte en Occidente. Dejar al lado los prejuicios y hacerse los chequeos necesarios podría hacer que se viva más y mejor.

*Médico psiquiatra y columnista de

El Diario de Hoy