Mi credo

Quien ha decidido ser feliz y se empeña en ello, lo será incluso en condiciones adversas; pero a quien las sombras nublan su entendimiento, ningún don, regalo o dote dará felicidad a su vida.

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Por Elizabeth Castro

06 October 2017

Con toda libertad e íntima convicción, con la fuerza de la inocencia sencilla, creo en Dios.

Creo en el hombre y en su capacidad para pensar, sentir y actuar, sea para bien o para mal.

Creo que cada quien es el responsable principal de la persona en la que se convertirá con los años; que la felicidad y la amargura se generan desde dentro y no desde fuera de nosotros: quien ha decidido ser feliz y se empeña en ello, lo será incluso en condiciones adversas; pero a quien las sombras nublan su entendimiento, ningún don, regalo o dote dará felicidad a su vida.

Creo que hombres y mujeres fuimos creados iguales: en capacidades, en defectos y en potencialidades. En la equidad más que en la igualdad creo, pues no hemos sido cortados con la misma tijera. Creo que la niñez y la vejez, por su vulnerabilidad, deben ser honradas y protegidas. La una, porque es alegría, inocencia y ternura; la otra, porque acopia la mejor experiencia humana: la vivida.

Creo que la educación, en todas sus formas, es el camino más cierto, igualitario y honesto para procurarnos la plenitud personal y social. Creo que la lectura es la competencia fundamental a enseñar desde antes de la escuela y mucho después de la universidad: quien no lee, camina poco; quien bien lo hace no abre puertas sino universos. No creo en los determinismos pero sí que tenemos limitaciones: unas por nacimiento, otras por crecimiento. No todos lo podemos todo, haremos mejor lo que hayamos aprendido a hacer bien. Cuanto antes cada cual lo sepa, menos frustrados habrá.

Creo en la libertad de criterio, en la reposada introspección y en el propio convencimiento para guiarse a sí mismo; en la amorosa firmeza, en la capacidad y en los valores hechos carne en la conducta para guiar a los demás. En la sana disciplina interna del verdadero atleta creo más que en la ciega, sorda y muda de la milicia. Sin dudar, prefiero cualquiera a la ausencia de ambas.

Creo que el optimismo es opción más fértil que el pesimismo; que el perdón es mejor decisión humana que el odio o el resentimiento; que la tenacidad creativa puede más que la suerte o la inteligencia. Creo que la innovación constante no siempre lleva a buen puerto y que la rutina no tiene por qué ser mala o aburrida. Sé que cualquiera puede caer, con estrépito o sin él, desde la más encumbrada altura y que cualquiera, esforzándose, puede levantarse y salir del pozo más negro e insondable. Creo en mi trabajo, en la Psicología: ha hecho más plena mi vida y quizá las de otros que buscaron mi ayuda, agobiados por dificultades no siempre pasajeras.

Para multiplicar los dones, creo en la cotidiana entrega más que en la elusiva fortuna; en el sudor salado del que ilusionado brega más que en el frío “Cúmplase” de una ley. Para vivir en sociedad, creo en la sana y justa competencia más que en la meritocracia de los amigos del zafio funcionario. Con la misma fuerza con la que repudio al petulante, al violento, a quien grita sin razón, a quien insulta sin necesidad ni reparo, a quien roba o abusa del indefenso, del débil o del ingenuo, creo en el bien, en la justicia, en la solidaridad y en la caridad. Al que amenaza, al que viola, a quien comete prevaricato, al que agrede y amenaza al desvalido ciudadano no lo odio, pero casi.

Creo en la bondad, en la honradez, en la austeridad, en la sencillez y en el respeto al otro como normas de vida. Creo en el poder del amor: ha hecho más milagros que todos los guías y pastores que dicen hacer caminar a los tullidos, oír a los sordos y ver a los ciegos. Con resignación, también creo en el poder funesto del odio, causa de ruines venganzas y descalabro de pueblos enteros; camina hoy entre nosotros como la negra peste de tiempos que creímos pasados.

Creo en la esperanza y en su corte amable: la ilusión, la fe, la alegría y el entusiasmo; no en balde será lo último que perderemos. Conozco también a la sombría desesperanza y sus adláteres: desánimo, tristeza, hambre, desvalimiento y depresión. Para quienes la sufren, es el infierno en la tierra. Creo en las artes y sus frutos, bendición de pocos para gozo de muchos, son sublimes paliativos en esta tierra de aquel infierno.

Creo en ti, hombre de bien, hermano mío; creo en ellas, mis ellas, tienen lo que se requiere. Finalmente, creo en mí, sin aspavientos y con humildad, con certeza y satisfacción.

*Psicólogo

y colaborador de El Diario de Hoy.