La confusión del mercado y la política

Los que no votan dejan la decisión a los que son de los partidos políticos, que son contra los que quieren protestar. Es la manera más absurda de protestar.

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Por Mirna Navarrete

05 October 2017

Hay una posición muy común en nuestra población que se caracteriza por el desprecio total a los partidos políticos y por la decisión de no votar por ninguno en las elecciones de diputados, alcaldes y presidente. La gente que adopta esta posición la anuncia con más o menos estas palabras: “yo no voto porque no veo una oferta que realmente me atraiga y no participaré en política dando mi voto hasta que reciba una satisfactoria”. En otra variación de estas declaraciones, los que las hacen anuncian que ellos no quieren ni saber de la política porque es sucia. Cerca del 47 por ciento de los ciudadanos está tomando estas posiciones y otras similares.

Las personas que las toman son vistas como muy inteligentes, como de mucho carácter y especialmente muy modernas. Es posible que la posición sea inteligente. Pero no lo parece. No se notó la inteligencia, por ejemplo, en el caso de los jóvenes ingleses que decidieron no votar en el referéndum del Brexit, sólo para encontrarse con que los que sí votaron habían decidido sacarlos de la Unión Europea, algo que ellos no querían.

Yo tengo la sospecha de que esta posición es el resultado de confundir los procesos de mercado con la política. Mucha de la gente que toma estas posiciones no se da cuenta de que votar no es lo mismo que comprar un vino fino. Cuando alguien toma la posición de no comprar ningún vino porque no hay ninguno que le gusta, castiga a los fabricantes de vino, que dejan de ganar dinero al perder un cliente. Esto, sin embargo, no es lo que sucede con los partidos políticos. Cuando son dos, por ejemplo, pueden vivir muy felizmente si sólo votan tres personas en el país. El que gana puede ser tan malo que sólo consigue dos votos, pero como el otro consigue sólo uno, gana el poder y todos sus beneficios. El que recibe sólo uno se convierte en la oposición, que también tiene poder y beneficios.

Es decir, si lo que les preocupa a los abstencionistas es que los políticos actuales sigan siendo gobierno y oposición, con abstenerse no logran nada. De hecho, al no meterse en política se les hace un favor porque los deja más solos para hacer lo que quieran. No se demuestra mucha inteligencia aquí.

Otra diferencia con la compra de vinos es que mientras que la decisión de no comprarlo es siempre temporal porque uno puede cambiar de opinión en cualquier momento, la decisión de no votar puede llevar a una situación irreversible, como sucedió con el Brexit y como, en una situación infinitamente peor, ha sucedido en Venezuela. Meterse en esta situación tampoco parece inteligente.

Hay todavía otra diferencia entre no votar y no comprar una botella de vino. Los que no votan no dejan la decisión en personas que representan el promedio del país porque los que votan tienden a ser los que están más politizados y pertenecen a un partido. Entonces, los que no votan dejan la decisión a los que son de los partidos políticos, que son contra los que quieren protestar. Es la manera más absurda de protestar.

Estas ideas suenan todavía menos inteligentes cuando uno realiza que las personas que las abrigan tienen años de guiarse por ellas, y por todos esos años no han realizado que ellas mismas podrían haber cambiado la situación y participar en partidos que hagan mejores ofertas a la ciudadanía.

Esto desmiente todas las razones para presentar la intención de no votar como una acción inteligente. Es una acción en la que la que más pierde es la persona que deja de votar.

*Máster en Economía

Northwestern University.

Columnista de El Diario de Hoy