El diablo no necesita una puerta

El peligro de revolver religión con política surge con la tentación de incorporar postulados religiosos en políticas públicas, de dar preferencia a sectores o con la politización de la religión.

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Por Mirna Navarrete

01 October 2017

En El Salvador el 34 % de sus 262 municipios tiene el nombre de un santo. Si juzgamos por los nombres, El Salvador debería ser el país más pacífico del mundo. Dentro de nuestras fronteras tenemos La Paz, La Libertad, La Unión, Santa Ana, San Vicente, San Salvador y San Miguel. En honor del Papa Juan Pablo II tenemos una alameda, tenemos un bulevar y un aeropuerto con el nombre del beato Óscar Arnulfo Romero. Si asignar el nombre de un santo definiera completamente algo o a alguien, nuestro país sería ejemplo de bondad, respeto y tolerancia. Pero las cosas son distintas.

La semana pasada hubo polémica porque 5 mil personas quieren que cambiar el nombre de “la Puerta del Diablo”. Con el apoyo de una diputada, han solicitado a la Asamblea Legislativa que en adelante el nombre de este sitio turístico sea “la Puerta de Dios”. Esto sucedió justo en una de las semanas más violentas del año, cuando hubo más de cien muertes en tres días; y en la misma semana que los carros militares en las calles intentaron producir un efecto disuasivo a la delincuencia. Que se llame Puerta del Diablo o Puerta de Dios no habría cambiado esto.

El Estado salvadoreño ha sido sumamente respetuoso y reverente de la religión, desde el tiempo de su fundación, especialmente de la fe católica. La mayoría de los salvadoreños creemos en la existencia de un Dios; la Bandera y su Oración lo invocan; el preámbulo de la Constitución lo menciona y sus artículos garantizan el libre ejercicio de todas las religiones y reconocen la personería jurídica de la Iglesia Católica.

Pero, ¿debemos usar al Estado para determinar las creencias de fe o es este el que debe preocuparse por la salvación de las almas? ¿Debemos elegir funcionarios dependiendo de su calidad religiosa y esperar que esto sea lo que guíe sus acciones? ¿Debemos apoyar iniciativas como el cambio de nombre de la Puerta del Diablo? ¿Cuál es el papel que debe desempeñar la religión en la política? ¿Estado laico o Estado religioso?

Una república democrática debe ser laica; y esto no significa negar o rechazar a Dios. En muchas ocasiones los llamados de determinados sectores religiosos excluyen automáticamente a quienes no comparten su fe; a su vez, los sectores antirreligiosos se perciben marginados, generando un resquebrajamiento de la sociedad por una cuestión que debería ser propia de cada persona. Pretender ser un Estado religioso, por muchas buenas intenciones que se tenga, deja a un lado uno de los principios fundamentales en cualquier país democrático: el Estado debe ser laico y garantizar el ejercicio de todas las religiones, incluso respetar el derecho de quienes decidan no profesar ninguna fe.

La fe, como principio inherente a ella misma, tiene que ser algo procedente de la convicción interna. Es una responsabilidad personal que cada quien decide asumir y vivir. El rol de los Estados es garantizar el ejercicio de la responsabilidad que significa asumir o no una fe. Implementar un Estado religioso abre la posibilidad de rezagar, limitar o rechazar las creencias no predominantes. Las cosas se complican cuando la religión llega a la política, porque no es labor de un legislador o funcionario entender las ideas del Creador y convertirlas en decisiones o leyes.

El peligro de revolver religión con política surge con la tentación de incorporar postulados religiosos en políticas públicas, de dar preferencia a sectores o con la politización de la religión. En plena campaña política no faltará quien utilice la retórica religiosa para atraer votos o para mandar al infierno a quien piense (y vote) de manera contraria. Y, como el caso de “la Puerta del Diablo”, saldrá alguien a inventar una apología de la maldad en un asunto totalmente irrelevante.

En El Salvador debemos reflexionar sobre la laicidad del Estado como garantía de protección de nuestra propia religión y, en última instancia, de la libertad de decisión de cada uno. También, enfocar esfuerzos en cuestiones importantes y no en el nombre de sitios turísticos.

Sumémosle a esto el número de homicidios que se cometieron el fin de semana pasado. La maldad ya está entre nosotros. El diablo no necesita una puerta con su nombre para entrar; los muertos ya están aquí y con ellos el sufrimiento de familias.

*Columnista de El Diario de Hoy.