¿Por quién votar?

Cada quien es libre de depositar sus esperanzas en un caudillo benévolo que nos saque del subdesarrollo. Pero parece más prudente desconfiar de esos héroes y, en su lugar, limitarles el poder.

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Por Mirna Navarrete

28 September 2017

Nuestras sobremesas revelan que es común el desencanto con los políticos. Y algunas encuestas revelan cierto incremento en las barras de los No sabe/No responde. Es claro el incremento en la aversión a la política y a sus oficiantes, pero esa desconfianza o indiferencia no es una moda milenial.

Historiador no soy. Pero ese rechazo siempre ha existido. En mi metro cuadrado lo escucho desde chico. Y ahora, más viejo y menos sabio, uno es parte de esa actitud colectiva.

De tanto en tanto nos llaman a votar. Es un ciclo al que estamos condenados. A veces usted votará por uno, luego por otro, anulará el voto, o simplemente pasará el fin de semana en la playa. Cualquiera que sea su decisión, alguien ganará.

De los ingresos que vía impuestos el gobierno le quita a su familia, buena parte terminará financiando a uno de esos políticos. Independientemente de su decisión, el día de las elecciones alguien terminará administrando su poder y dinero. Cargar con un sistema de gobierno es el costo de vivir en sociedad. No podemos abstraernos de ello.

Sabiendo que haga lo que haga usted en ese domingo electoral alguien ganará, cúbrase con el velo de la ignorancia de Rawls: sin que usted sepa quién le gobernará —quien bien puede ser el político de su simpatía, o el que detesta— evalúe si es oportuno que a ese sujeto usted le dé más de su dinero y poder. Ante la incertidumbre de quién ganará las próximas elecciones lo más probable es que usted prefiera restringirle el financiamiento a ese sujeto indeterminado y limitarle su discrecionalidad. A nadie le gusta dar cheques en blanco.

Ese ejercicio nos lleva a decantarnos, como John Adams, por un gobierno de leyes y no de hombres. En esa visión resulta poco relevante quien gana o pierde las elecciones. Es menos emocionante, pero la épica política tal vez nos sale demasiado cara.

Cada quien es libre de depositar sus esperanzas en un caudillo benévolo que nos saque del subdesarrollo. Pero parece más prudente desconfiar de esos héroes y, en su lugar, limitarles el poder y dinero que fiscalmente nos obligan a darles.

La desconfianza ante el poder político no es mala. John Stuart Mill decía: “El principio del gobierno constitucional requiere asumir que se abusará del poder político para promover los propósitos particulares del funcionario; no porque sea siempre así, sino porque esa es la tendencia natural de las cosas”. El poder corrompe, decía Lord Acton. Y el riesgo de abusar de él lo enfrenta el hombre más íntegro.

Si creemos que la solución pasa por limitar el poder y no por sustituir gobernantes, tal vez la principal misión del ciudadano no está en marcar una papeleta cada tantos años. Su responsabilidad primaria debe operar de forma permanente, luchando por construir más y mejores límites al poder.

Votar es importante. Pero es más importante una participación permanentemente identificando los espacios de discrecionalidad de los políticos y las presiones fiscales a las que estos nos someten, y desde la llanura ciudadana activar los mecanismos institucionales para enfrentar esas amenazas. Es su responsabilidad presionar para limitar y controlar el poder y dinero que coactivamente le quitan su familia para entregárselo a los políticos. Hay mecanismos institucionales para ello, lo que hace falta es que los use.

En fin, es probable que la solución no pase por ser discípulo de iglesias partidarias o del mesías antipolítico de turno. Puede ser un mejor ciudadano asumiendo la responsabilidad de su destino, y haciendo valer sus derechos y los de su familia siempre, jalándole las riendas al gobernante de ocasión, sea quien sea.

*Colaborador de El Diario de Hoy.

@dolmedosanchez