Advertencia necesaria

Los que se tranquilizan pensando que la tuberculosis se mantendrá confinada en las cárceles, olvídenlo.

descripción de la imagen

Por Elizabeth Castro

22 September 2017

Ante la noticia del aumento de casos de tuberculosis en las prisiones de El Salvador, la mayor parte de la población ha tenido una reacción de indiferencia. Algunos, como se puede leer en los comentarios enviados a los periódicos, incluso se han alegrado, diciendo que es un castigo merecido o una forma de disminuir los costos del mantenimiento de los reclusos. Aparte de advertir la actitud poco piadosa que se ha desarrollado en la sociedad y que puede terminar corroyendo nuestros valores como seres humanos, la situación es peligrosa y debe prestársele mucha atención.

Imaginemos que, en lugar de tuberculosis, se hubiera detectado casos de ébola en las prisiones; la gente estaría aterrada temiendo que el virus se esparciera fuera de los muros de las cárceles y llegara a sus comunidades. Pues aunque en ciertos puntos menos dramática que el ébola, que aniquila en cuestión de días, la tuberculosis es también una enfermedad contagiosa y, si no se toman medidas, bastante letal.

La bacteria de la tuberculosis se transmite generalmente de persona a persona y puede fácilmente salir de las prisiones. Los sitios de reclusión se consideran reservorios de la enfermedad, y eventualmente el agente etiológico alcanza a la población general.

En la tuberculosis pulmonar, la más común, las bacterias forman colonias en los pulmones, luego se desarrollan las llamadas cavernas que, al llegar a tomar un conducto respiratorio están listas para salir al exterior. La tos, un estornudo, el simple acto de hablar, produce gotas tan pequeñas que no caen al suelo sino que se mantienen flotando en el aire, y son aspiradas por los que están cerca.

En las cárceles la infección se transmite primero entre los reclusos, especialmente en los que se mantienen en condiciones de hacinamiento, luego puede pasar al personal penitenciario y a los visitantes, que sirven como vectores para llevar la enfermedad a las comunidades. Así que los que se tranquilizan pensando que la enfermedad se mantendrá confinada en las cárceles, olvídenlo.

Por siglos la tuberculosis fue llamada “El capitán de la muerte” o “La peste blanca”, dada la gran cantidad de decesos que producía. Hasta hace pocas décadas un diagnóstico de tuberculosis equivalía a una muerte segura y dolorosa. Ahora se cuenta con tratamientos efectivos para curar la enfermedad y prevenir su transmisión. Los recursos médicos hicieron pensar que la enfermedad estaba controlada hasta que se detectaron casos resistentes a múltiples fármacos (MDR-TB, por sus siglas en inglés), y aquí volvemos a las prisiones. En las poblaciones carcelarias los casos de tuberculosis resistentes a múltiples medicamentos son más comunes por varias razones, entre ellas la co-infección con HIV, la malnutrición y los tratamientos parciales. Ahora, pues, las cárceles no son solo reservorios de tuberculosis sino de tuberculosis resistente.

¿Qué hacer? Lo primero es dejar al lado esa idea ingenua e inhumana de dejar que los prisioneros se mueran porque al fin y al cabo son delincuentes. Lo segundo es no pensar que hay que inventar la rueda cuando ya fue inventada. El problema de la tuberculosis en las prisiones sucede en todo el mundo y ya se cuenta con estrategias eficaces para su control. La OMS, el CDC y USAID, para solo nombrar tres, son instituciones que cuentan con programas bien estructurados que se ofrecen a los que estén interesados en tomarlos. La situación ya es grave y puede complicarse aún más. Es hora de consultar con los expertos.

*Médico psiquiatra.

Columnista de El Diario de Hoy.