Impredecibles, no imprevisibles

Me parece que todavía estamos muy lejos de una mentalidad de previsión. Para muestra el botón del incendio en uno de los edificios del Ministerio de Hacienda.

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Por Elizabeth Castro

22 September 2017

El martes hubo un devastador terremoto en la región. México ha sufrido, en un lapso de quince días, dos eventos sísmicos importantes con consecuencias graves. Efectos que de alguna forma fueron menores debido a la previsión de los mexicanos. Dos terremotos tan seguidos no dejan de preocuparnos, aunque dadas las condiciones geológicas y la historia sísmica de Mesoamérica, estos dos sucesos, más que sorprendernos, deberían hacernos reflexionar.

Nuestro subsuelo se mueve y nosotros con él. Esto, que no pasaría de ser una simpleza si sus consecuencias no fueran tan abrumadoramente trágicas, no parece ocupar a muchos, aunque sí preocuparnos. Sin embargo, solo con intenciones, con aflicciones, se consiguen pocos resultados y muy escasamente se pueden prever las consecuencias negativas de los desastres naturales en general, y de los terremotos en particular.

Sabemos que aquí tiembla como en Toronto baja la temperatura a menos cuarenta grados en invierno, o como en Florida entran los huracanes. La diferencia es que en esas regiones las personas saben qué hacer. Aquí, aún después de tantas tragedias, da la impresión de que no sabemos convivir con los terremotos. Si vienen, cada uno se las apaña como puede, y lo más grave es que los que pueden poco —que son la mayoría— sufren terriblemente.

México nos ha dado una lección con el funcionamiento de sus alarmas sísmicas. No es algo que esté fuera de nuestro alcance. Diez, quince, veinte segundos de anticipación habrían salvado la vida de muchos salvadoreños en 1965, 1986, 2001… Solo por mencionar los más recientes. En Ciudad de México, gracias a la advertencia muchas personas pudieron salir a la calle y se salvaron de morir en los edificios colapsados. No digo que no haya habido víctimas mortales, pero sí que sin esos sistemas tecnológicos que combinan sismología, transmisión de datos, manejo de catástrofes, organización ciudadana etc., el número de muertos habría sido muchísimo mayor, dadas las condiciones del último terremoto.

Lamentablemente, me parece que todavía estamos muy lejos de una mentalidad de previsión. Para muestra el botón del incendio en uno de los edificios del Ministerio de Hacienda, que simple y llanamente no contaba con escaleras de emergencia. Lo más lamentable —y lo que conlleva víctimas mortales— no es la imprevisión en sí, sino la actitud de las autoridades que unos pocos días después de la tragedia, justificaban la ausencia de escaleras afirmando sin inmutarse que las condiciones de los edificios eran “seguras”…

Algunos piensan que esto de la falta de previsión es un problema económico, a mí me parece más bien un tema cultural. Mientras nos conformemos con “ir saliendo al paso” de lo que nos sucede, no seremos capaces de organizarnos de manera que sepamos cómo actuar en caso de terremotos. Algo se ha hecho, no lo niego, después del último gran sismo, pero estamos lejos, muy lejos, de haber puesto los medios necesarios para que todos sepamos qué hacer en caso de otro evento.

No somos metódicos en general, y estamos muy lejos de pensar de ese modo, pero no hace falta serlo para plantearse en serio dotar al país de un sistema de alarmas, realizar con responsabilidad simulacros periódicos de terremoto, organizar una red de socorristas capacitados en los caseríos, pueblos y ciudades; para que las asociaciones de médicos, ingenieros, psicólogos y otros, tengan un plan de contingencia y ayuda a los damnificados; en definitiva, para organizar las cosas de tal manera que se puedan prever y paliar eficazmente los efectos de las crisis.

Que nos sacuda un terremoto o que nos anegue un huracán, no se puede evitar; pero que nos tomen desprevenidos y sin recursos, que los líderes políticos y sociales no tomen en cuenta estas realidades, cada vez es menos justificable.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare