Las próximas elecciones: a Hobson’s choice

Será una decisión consciente y voluntaria, ninguna de las opciones le satisfará plenamente, pero habrá una que ya no la soporta. Vaya y vote. No pierda la esperanza.

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Por Elizabeth Castro

22 September 2017

Los menores de quince años podrán no creerlo, pero es cierto: hubo un tiempo en la historia de la humanidad en el que no había automóviles ni computadoras ni celulares; nadie los había inventado. Entonces, el tiempo transcurría más lento, las distancias parecían más largas, las personas conversaban cara a cara. Tampoco había tanta gente poblando el planeta. Los seres, humanos y animales, eran más importantes que las máquinas. Las personas conocían solamente a otras pocas: a familiares, vecinos y aquellos con que trababan relaciones de trabajo; las relaciones entre ellos eran más sólidas y profundas. El control social era, por ello, más estrecho (la gente se abstenía de hacer cosas malas -—e portaba bien— por el solo hecho de saber que los demás se enterarían de su mal proceder). Pero todo eso es pasado, no volverá. ¿Cuentos quieres, niña bella? ¿Cuentos por tu cumpleaños? Pues bien, Lorenita, te voy a contar un cuento.

Durante la segunda mitad del siglo XVI, allá por 1564, vivió en Cambridge, Inglaterra, un señor que llevaba por nombre Thomas Hobson. Para que la historia se entienda más fácil, lo llamaremos don Tomás y diremos que vivía a la salida de la carretera que de Cojutepeque conduce para San Salvador, allí por donde venden chorizos (sí, puede que Cojute no existiera entonces; pero este es un cuento, deje de interrumpir). Don Tomás no hacía sombreros, sino que poseía tierras extensas y un establo con muchos caballos. Recuerda que aún no se habían inventado los automóviles, por lo que los caballos constituían el medio de transporte por excelencia.

Un día se le ocurrió alquilarlos. Si imaginas lo que sería “volar pata” desde Cojute hasta San Salvador comprenderás que el negocio de Don Tomás fue un éxito. Pero todo negocio tiene su “punto negro”: en este, eran algunos clientes que se demoraban una eternidad para escoger el caballo que querían, lo que podía desesperar a empleados y otros clientes. Esto llevó a don Tomás a poner una regla: “Quien quiera alquilar caballo, o agarra el primero en línea o no alquila ninguno”. Simple y directa como deben ser las buenas reglas.

¿Y si a usted no le gustaba el caballo que estaba de primero, digamos uno pura piel y huesos, cual Rocinante? Simple: o alquilaba a Rocinante o caminaba hasta San Salvador. Esa elección dio en llamarse un Hobson’s choice (vivía en Inglaterra, recuerde; allí hablaron inglés desde siempre). Note usted las características de una “elección de Hobson”: a) es voluntaria (usted decide si lo toma o lo deja), b) ninguna de las opciones lo satisface plenamente (Rocinante o “volar pata”), pero, a la larga, c) una será mejor que otra (“la fe te valga”). Así pues, querida amiga, cuando se debe tomar una decisión entre dos alternativas que no satisfacen plenamente (o me pongo este vestido que no me talla bien o no podré ir a la boda; o toleran que les digan verdades que no les gustan o se quedan sin candidato ganador) se dice que se está frente a una “elección de Hobson”.

Por eso, cuando en los próximos años le toque ir a votar, bella amiga, usted (como casi todos los salvadoreños) estará frente a un “Hobson’s choice”: será una decisión consciente y voluntaria, ninguna de las opciones le satisfará plenamente, pero habrá una que ya no la soporta. Vaya y vote. No pierda la esperanza. Quizás para la próxima logremos que nos toque un Bucéfalo en vez de Rocinante como primera opción y entonces, ya montados en ese corcel, diremos los salvadoreños: “Busquemos un reino que se iguale a nuestra grandeza, porque esta tierra nos queda pequeña” como le dijo su papá a Alejandro, el Magno.

El trauma. México, Puerto Rico y otras islas del Caribe sufren golpes de la naturaleza. Solidaridad: el sentimiento que lleva a dar lo mejor de uno para ayudar a su prójimo sufriente. Estamos con ellos. Seguramente surgirán mejores cuando haya pasado el dolor. ¡Así lo quiera Dios!

*Psicólogo