Emotivismo político

Sociedades enteras han caído de ese modo en manos de hábiles mesías políticos o charlatanes iluminados, pues, a la postre, cuando las personas renuncian al discernimiento moral propio de los seres libres.

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Por Elizabeth Castro

08 September 2017

Pocos días después del terrible acto terrorista en Barcelona, el columnista español Juan Manuel de Prada escribió una nota interesante al respecto: tomando pie de la triste realidad de una sociedad que carga las tintas en cuanto a lo sentimental y que teme los argumentos, porque sospecha de cualquier planteamiento lógico y racional tachándolo de imposición dogmática, o de simple ideología; realiza un breve y certero análisis de las reacciones en su país.

Después de escuchar los análisis en los programas de opinión, los discursos de las autoridades y de constatar la avalancha de flores, velas aromáticas, “post its” con frases almibaradas y huecas, ositos de peluche, etc., que la gente fue colocando en los sitios donde había muerto más de una docena de personas, explica cómo si bien todas esas manifestaciones sentimentales no terminan de impedir la propagación del terror, resultan buenos remedios para la satisfacción de la debilidad mental de una sociedad que, sin fibra moral, sin capacidad de confrontarse cara a cara con la tragedia, sin auténtica compasión, opta por lo emotivo que satisface inmediatamente y renuncia a lo racional que exige esfuerzo y concentración y, sobre todo, implica consecuencias prácticas que quizá no se esté dispuesto a aceptar.

Escribe: “una sociedad que ha dimitido de la racionalidad (y, por lo tanto, de la posibilidad de enjuiciar, incluso de reconocer, las calamidades que padece). Una sociedad que ha hecho del aspaviento sensiblero una patética arma de defensa con la que finge ‘empatizar’ con el dolor ajeno, cuando en realidad lo único que anhela es evitar que su delicada sensibilidad se lastime”, parece destinada no solo a seguir padeciendo tragedias, sino que, además, no será capaz de darse cuenta de las actitudes que agravan los problemas.

Otro tanto pasa aquí con quienes se “llenan la boca” en Twitter o en Facebook “condenando a muerte” a los pandilleros, alabando las acciones que los matan sin ningún respeto a los derechos ciudadanos y atacando rabiosamente a quienes, según ellos, los defienden al apelar a la racionalidad, el Estado de Derecho, o la simple —y siempre escasa— justicia.

En el caso de España, ante la crudeza de la muerte violenta a la vista pública, ha habido reacciones de lástima y sensiblería; por contraste, en nuestro país bastantes responden con rabia. En las dos situaciones se apela más a la emoción que a la razón, y en el fondo, ambas formas de rebelarse denotan no saber qué hacer, aparte de un desahogo sentimental que impulsa a sentirse solidario con “alguien”.

Otro ejemplo reciente lo encontramos en muchos de los comentarios respecto a la reciente derogación del DACA por parte de Trump. Quienes están en contra (periodistas, analistas, “opinólogos” de redes sociales) cargan las tintas en la “horrible” situación en que quedarán los jóvenes deportados, pero pocos exponen su perspectiva basándola en argumentos económicos, legales, sociológicos, etc.

Detrás de esto puede descubrirse una de las carencias más propias de nuestra forma cultural de enfrentar las realidades: el emotivismo moral, o la preferencia de las emociones sobre la racionalidad a la hora de lidiar con los problemas.

Los expertos en propaganda saben que no hay mejor manera de desarticular cualquier brote de pensamiento, cualquier atisbo de racionalidad, o —incluso— oponerse a argumentos elaborados, que insuflar altas dosis de odio, lástima, envidia, amor patrio, etc., en personas poco acostumbradas a pensar.

Sociedades enteras han caído de ese modo en manos de hábiles mesías políticos o charlatanes iluminados, pues, a la postre, cuando las personas renuncian al discernimiento moral propio de los seres libres, su mundo es su ombligo y terminan por llamar “felicidad”, e incluso a considerar justa y deseable, la pura satisfacción de sus apetitos emocionales inmediatos. Y los manipuladores lo saben.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare