El que mucho habla...

El ser humano aprehende la realidad mediante los instrumentos que tiene; trata de acercarse lo más científicamente a ella para analizarla y para entenderla. Para ello, la mide. Lo más precisamente que puede.

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Por Elizabeth Castro

08 September 2017

Si es mayor de treinta años, seguramente terminó el proverbio; si es menor de 20… ya no lee los periódicos y nunca sabremos si lo sabía terminar.

Hay trabajos en los que la persona tiene que hablar mucho: quienes trabajan en radio y televisión, por ejemplo. Esos trabajos pueden ser ingratos, porque el que mucho habla, por puro cálculo de probabilidades, mucho yerra. Algunos que tienen mucho cuidado se equivocan poco, otros cometen tantos errores que preferimos cambiar de estación. A los que cometen error tras error se los encargamos a los licenciados Saz o Domínguez, cuyas columnas semanales versan precisamente sobre el significado de las palabras o los errores gramaticales. Hace algún tiempo, en “Pencho y Aída” le estuvieron “dando duro”, y al aire, a quienes empleaban mal o innecesariamente la odiosa expresión “lo que es”, favorita de meseros al comentar el menú: “Tenemos lo que es sopa de patas o lo que es un rico sándwich o lo que es…” ¡Suficiente!

Las muletillas de los entrevistadores y conductores en vivo es otro tema. Tienen que llenar el espacio al aire y prefieren decir algo a quedarse callados. Sugiero humildemente que se ocupen en ver y escuchar las grabaciones de sus propios programas: seguramente caerán en la cuenta de sus errores y mejorarán.

Existen también notables excepciones: el joven DJ de La Femenina, que no solo hace gala de un vasto conocimiento de movimientos musicales sino que habla con una corrección digna de elogio, tanto en lo que dice cuanto en cómo lo dice.

Pero cuando se es vocero de alguna encumbrada oficina o Secretario de Comunicaciones de un gobierno no hay para dónde hacerse: o habla o habla. Lamentablemente, les toca hablar de todo (sepan o no sepan del asunto) y muchas veces los agarran en frío con temas para los que no estaban preparados.

“Son percepciones” fue la última joya expresada respecto a la encuesta que un medio de comunicación hizo a la candorosa población de un sufrido pero simpático país. En tal encuesta, el gobierno de esa república y su Señor Presidente, como principal responsable, salen muy mal parados. La salida llama la atención por su recurrencia: siempre que alguna encuesta no le es favorable al gobierno (muy pocas lo han sido) la respuesta-explicación-zafada es: “son percepciones, son percepciones” cual tonada de “son rumores, son rumores”.

El argumento que se quiere vender de contrabando va de la siguiente manera: la realidad es diferente de las percepciones que de ella se puedan tener, esa opinión que recoge la encuesta como mayoritaria de la población es una percepción, no es la realidad; nosotros sí conocemos la verdadera realidad, ¡recordad mortales, nosotros siempre lograremos desentrañar la realidad!, pues como vanguardia del proletariado que somos no estamos atados a la ideología imperante (“ups, I did it again”, error, nosotros somos ahora los imperantes).

Con todo respeto, oh vanguardia imperante, ¿qué otra cosa va a recoger una encuesta sino opiniones? ¿Qué otra cosa va a recoger nuestro cerebro sino percepciones? ¡Alucinaciones! ¡Proyecciones! ¡Racionalizaciones! ¡Negaciones!, gritan los psiquiatras psicoanalistas.

No recordaré a Hume, quien me cayó bien porque dijo, hace más de dos siglos, que “nada hay en nuestra inteligencia que no haya pasado antes por nuestros sentidos, excepto la inteligencia misma”, pero sí recordaré que nuestros sentidos, a través de las sensaciones, nos dan la materia prima con la que elaboramos percepciones para conocer la realidad externa. Está ese vocero cual aquel despistado ministro que propuso que se midiera la solidaridad de los alumnos en una prueba al final del bachillerato con ítems de opción múltiple.

El ser humano aprehende la realidad mediante los instrumentos que tiene; trata de acercarse lo más científicamente a ella para analizarla y para entenderla. Para ello, la mide. Lo más precisamente que puede. Tenemos que aceptar que el entendimiento humano es limitado. En esa simpática república tendrán que aceptar que el entendimiento de algunos es más limitado que el de otros. Pero entonces habrá que leer aquella obrita: “Elogio del silencio”.

*Psicólogo y colaborador de El Diario de Hoy.