La condición humana

Hacer depender la condición de ser humano del reconocimiento convencional conduce a graves abusos sobre los seres humanos más débiles para defenderse por sí mismos.

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Por Elizabeth Castro

25 August 2017

Nadie duda de que el primer derecho humano, fundamento de todos los demás, es el derecho a la vida. Por esto, quienes pretenden atribuirse facultades desde ámbitos diferentes al meramente científico, para determinar cuándo un ser humano comienza (o deja) de ser tal, no dudan en hacer una distinción al enfrentarse a situaciones límite en las que la condición humana se desdibuja: en los instantes posteriores a la concepción, y en los que a todos nos tocará de una u otra manera afrontar: aquellos en que nuestro ser se haya deteriorado significativamente, y nos acerquemos a la muerte.

Sostienen, arbitrariamente, que la vida en los seres humanos se presenta de dos modos: “vida biológicamente humana” y personas. Generalmente, el parteaguas de la distinción está en el estado de conciencia del sujeto en cuestión, de modo que solamente serían seres humanos aquellos que tuvieran conciencia actual de ser tales.

Niegan así el estatus de ser humano a todos aquellos que aún no posean autoconciencia, ya sea porque todavía no la han desarrollado: el bebé por nacer, y el infante en los primeros compases de su vida; o porque la hayan perdido: enfermos mentales graves, personas en coma, ancianos no autónomos, etc.

Se arrogan el derecho, o el privilegio, de determinar a partir de las manifestaciones exteriores del comportamiento de una persona, si pertenece a la especie humana, o no.

Si hay en algún sentido algo como derechos humanos, solo puede haberlos en el supuesto de que nadie esté ni capacitado, ni autorizado, ni delegado, para juzgar si los demás pertenecientes a la estirpe humana son sujetos de tales derechos. O se tienen por naturaleza, por unas realidades inherentes e inseparables a la condición humana, o no se tienen.

La noción misma de derecho humano implica que no nos convertimos en seres humanos por la aceptación (sociológica, jurídica, o cualquier otro convencionalismo que redunda en tiranía) de los demás; sino que somos personas porque pertenecemos a la especie homo sapiens, que tiene unas propiedades únicas y específicas.

Cualquier aplicación de un criterio distinto al de la genética de un ser vivo convierte a unos (líderes de opinión, diputados, juristas, activistas sociales, etc.) en jueces de los otros; y así la humanidad se convertiría en un club exclusivo, al que solo tendrían derecho a pertenecer aquellos que los miembros actuales consideraran dignos de ser incluidos.

El criterio científico es el único que permite que el reconocimiento de la humanidad de un individuo no dependa de intereses ajenos, ni de opiniones discutibles, ni de argumentos sentimentales, simplemente morfológicos, o de conducta.

Si el derecho a la vida humana fuera convencional, nada impediría que en el futuro la condición humana se supedite a las condiciones o capacidades de conocimiento de los individuos, sus características de adaptabilidad a las exigencias sociales, un determinado nivel intelectual, una apariencia asociada con pactos o gustos, su estado de desarrollo biológico, etc.; en la más pura tradición eugenésica que horrorizó al mundo a mediados del siglo pasado.

En cambio, si el reconocimiento del estatus de ser humano descansa en factores inherentes e inseparables de todo lo humano, y no en convencionalismos (veleidosa convención), las consecuencias prácticas que se derivan son diametralmente distintas.

Lo estamos viendo con el aborto y la eutanasia (para citar dos ejemplos): hacer depender la condición de ser humano del reconocimiento convencional conduce a graves abusos sobre los seres humanos más débiles para defenderse por sí mismos. En cambio, fundamentar la humanidad en algo objetivo —demostrado científicamente por la genética— resulta más justo, dado que lleva a respetar como un fin-en-sí a todo ser humano desde el primer momento de su existencia y hasta su muerte natural, cualquiera sea su estado físico, su apariencia externa, su dependencia de los demás, o su salud mental.

*Columnista de El Diario de Hoy.

@carlosmayorare