Una noche de cuentos de miedo

Cuenta una leyenda local que la sociedad civil era una dama de sociedad despechada, que solo pasaba llorando por lo mal que iban las cosas, mandaba cartas y sacaba desplegados en los periódicos, pero como nunca se metió a ningún partido político para cambiar las cosas.

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Por Inés Quinteros

20 August 2017

El pequeño Rodrigo hacía sus delicias temporando en la casa de sus abuelos. Se sentía el rey del lugar. No había nada que su abuelo –o papá Foncho, como cariñosamente le decía– le negara, desde una larga caminata por el parque o una velada viendo una de sus películas favoritas. Pero esa noche, Rodrigo quería que su abuelo le contara “cuentos de miedo” antes de irse a la cama.

-Papá Foncho, ¡contame un cuento de miedo!– le dijo Rodrigo alegremente mientras saltaba a su regazo, interrumpiendo la lectura de uno de los sempiternos libros que su abuelo sostenía en sus manos cada noche.

-Déjame ver que encontramos por aquí –dijo el abuelo mientras sacaba de uno de sus múltiples estantes repletos de libros, uno que se titulaba “Mitología de Cuscatlán”, que era una recopilación de cuentos locales de miedo, desarrollados por el imaginario colectivo de estas tropicales tierras.

-Vaya pues, cipote, sentate, vamos a ver... ¿Cuál querés que te lea? –le dijo el abuelo mientras abría el libro para ojearlo–. Este sí da miedo, mira, se llama: “El presupuesto sin cabeza”;

-¡Huy! –dijo Rodrigo mientras pegaba un respingo– ¿De qué se trata? –preguntó el niño mientras apretaba nerviosamente a “Pensión”, que es como cariñosamente llamaba a su osito de peluche.

-Ah –dijo el abuelo-, este se trata de un Presupuesto que era bueno, pero perdió su cabeza por un mal de amores; se enamoró del Socialismo del Siglo XXI. Dice la leyenda que salía todos los eneros a medianoche, desde la Asamblea Legislativa, recorría hasta casa Presidencial, ahí daba la vuelta y regresaba por la Juan Pablo, hasta llegar a la Corte Suprema. Ahí desaparecía.

-No, ese no –dijo Rodrigo con lágrimas en los ojos–, se oye muy feo. ¿Cuál otro tenés?

-A ver… veamos este: “La casa embrujada”. Este se trata de una casona en donde vivían 84 hermanos que solo pasaban peleándose. Los que eran mayoría se burlaban de los otros y los ninguneaban pasándoles por encima aprobando todas las leyes que querían. Dicen los vecinos que en algunas madrugadas se oyen los lamentos de los hermanos que eran minoría, llorando por que sentían que nadie les hacia caso.

-Pobrecitos –dijo Rodrigo–, pero tampoco me gusta, ¿no hay otro abuelo? –preguntó el cipote.

-Claro –dijo el abuelo, sintiéndose un tanto orgulloso de haber despertado el interés del niño. Este sí te va a gustar, se llama “La Llorona”. Este se trata de la sociedad civil. Cuenta una leyenda local que la sociedad civil era una dama de sociedad despechada, que solo pasaba llorando por lo mal que iban las cosas, mandaba cartas y sacaba desplegados en los periódicos, pero como nunca se metió a ningún partido político para cambiar las cosas, ni formó su propio partido político y ni siquiera se animó a postularse como candidato independiente, entonces solo se quedó llorando. Dicen que en las noches de luna llena, la ven vestida de novia deambulando lamentándose por el cementerio de las oportunidades perdidas. Pero este mejor no te lo leo –dijo el abuelo–, es bien triste, te va a hacer llorar.

-Vaya –contestó Rodrigo– ¿Y este cuál es? –preguntó señalando con su dedito la página en donde aparecía la figura de un elegante personaje, vestido completamente de traje negro, con bigote puntudo y chistera.

-¡Ah! –dijo el abuelo– este es el cuento del “Caballero Negro”, este es el más tenebroso de todos ¡Se trata del mismísimo diablo! Cuenta la leyenda que era un personaje misterioso que olía a cacho quemado; al caminar con sus zapatos Ferragamo, sus pasos tenían el sonido de cascos de cabrito. Andaba por los pasillos de un Edificio Legislativo, completamente vestido de negro, con un maletín del mismo color lleno de dólares. El mito dice que se lo ofrecía a los incautos habitantes del recinto, prometiéndoles que los haría ricos si firmaban un pacto con él. Las pobres almas que aceptaban no sabían que les esperaba un castigo por parte de la Fiscalía y la Sección de Probidad; algunos otros que lograban escapar a las investigaciones eran castigados por los electores con la “no-reelección”, lugar donde solo hay llanto y desolación por todas las prebendas perdidas. Este cuento nos deja una morale… –se interrumpió de pronto el abuelo, al notar que su nieto se había dormido en sus brazos.

Papá Foncho se levantó con dificultad y llevó a su nieto en brazos, para acostarlo tiernamente en su cama. Arropándolo y dándole un beso en la frente pensó “como se duerme de bien cuando se tiene una conciencia tranquila”. Al salir, apagando la luz de su cuarto susurró, Dios quiera que cuando despiertes, tengamos un mejor El Salvador.

* Abogado, máster en Leyes.

@MaxMojica