Los exalumnos y sus memorias

Se quejaron principalmente de la falta de exigencia de sus maestros (ahora así la reconocían) y del poco interés que ponían algunos de ellos en la preparación de sus clases.

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Por Elizabeth Castro

18 August 2017

Durante más de dos horas, en Washington D.C., he reído a carcajadas escuchando a un grupo de exalumnos de conocidas instituciones educativas del país —de las llamadas biculturales— hacer recuerdos de su vida escolar. Todos han completado ya su educación universitaria en exigentes universidades de distintos países (Estados Unidos, España, Francia, Inglaterra) y, ahora que me divierten, llevan ya varios años empleados en organizaciones de prestigio en los Estados Unidos, (en Wall Street, uno; en D.C., la abogada; una tercera en una ONG de desarrollo; en el BID, un cuarto, también abogado y así por el estilo las demás). Se conduce este grupo, en este país de acelerados ritmos, como cualquier profesional exitoso nacido y crecido acá. No viven lujosamente, pero no cuesta predecir que, si las cosas se desarrollan de acuerdo con sus razonables planes, conseguirán no solo estabilidad sino hasta holgura económica.

La más joven de todas aportaba las memorias más frescas y recientes, mismas que disparaban las remembranzas de los mayores. Educados en instituciones tenidas como las que mejores oportunidades educativas ofrecen a sus estudiantes en el país, el consenso del grupo era que sus profesores no les pusieron en contacto suficientemente fértil con los grandes logros artísticos, culturales e intelectuales de la humanidad. Me llamó la atención de manera especial el triste papel que reconocían en sus profesores de literatura, y en los de idiomas (la segunda y tercera lenguas que les enseñaron variaban de institución a institución según fuera la lengua “materna” del colegio: inglés en algunos, francés en otros de ellos).

Se quejaron principalmente de la falta de exigencia de sus maestros (ahora así la reconocían) y del poco interés que ponían algunos de ellos en la preparación de sus clases.

–¡Esa no enseñaba nada! –exclamó alguno, refiriéndose a su profesora de artes plásticas.

–Nos mandaba la tarea y luego simplemente decía: háganlo como ustedes lo crean mejor, investiguen diferentes formas de hacerlo en internet y escojan la que más les guste. Pero a la hora de evaluar era extremadamente estricta, fijándose en detalles que —si nos hubiera enseñado lo básico durante sus clases— nunca habríamos cometido. Me di cuenta de eso en el encuentro que tuvimos los colegios biculturales. Me tocó un profesor de otro colegio que sí enseñaba cómo hacer las cosas. Te dirigía técnicamente y luego te decía que te soltaras y crearas, pero primero te explicaba las bases de cómo hacerlo.

“¿Y nuestro profesor de inglés?”, dijo el que tenía el francés como “primera lengua”. “Pasaba una semana entera poniéndonos una canción en la reproductora gris de casetes del colegio y luego nos examinaba uno a uno para que cantáramos la canción. ¡Y ya estábamos en séptimo! Nos pudo haber puesto en contacto mejor con poetas o hechos históricos de la cultura francesa o inglesa. ¡Imaginate si se hubiera puesto de acuerdo con el profesor de literatura o de sociales y nos hubieran enfocado desde distintas perspectivas una misma obra o hecho histórico!

“Nosotros ni siquiera leímos los textos básicos de los del Boom Latinoamericano que por acá todos suponen que lo conocemos bien”, se lamentó un cuarto. Gocé de lo lindo con sus recuerdos; para mí fue un “focus group” para una investigación educativa. De poco sirvió que yo tratara de defender a sus maestros de rato en rato. Por ejemplo, cuando les hice notar lo bien que les había ido en universidades de países desarrollados altamente competitivos como argumento de que “eso indica que algo ha de haber hecho bien en sus colegios por ustedes”, me contraargumentaron que el primer año se las vieron a palitos y tuvieron que exigirse más ellos mismos; cuando les explicaba que los profesores suelen tomar un nivel de exigencia medio para no castigar a los más lentos, me dijeron que la mayoría de su grupo se había vuelto haragana, acomodándose a las pobres exigencias de sus docentes. Cuando les decía… siempre me replicaban razonablemente. Y su punto era que pudieron haber aprovechado mejor la educación secundaria.

Al final preferí gozar y sacar mi propia moraleja: “Exigir a los alumnos al inicio y luego acomodar la exigencia para los más deficientes, pero no castigar a los buenos por un pobre desempeño docente. ¡Y si esto pasa en los buenos!, pensé para mí. Pero eso ya no se lo digo a nadie, menos al Mined.

PD: Duele Barcelona hasta el alma. Espero que el Canciller y Ministro de Educación hayan expresado, aquí sí en nombre de la mayoría de salvadoreños, solidaridad con el Reino de España.

*Psicólogo ycolaborador de El Diario de Hoy.