La época más fea

En menos de siete meses acudiremos a las urnas a elegir a nuestros representantes municipales y legislativos para los próximos tres años. Sin embargo, más allá del cliché de fiesta cívica, lo que hacemos es repetir un espectáculo mediocre cada tres marzos.

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Por Ricardo Avelar*

15 August 2017

Yo siempre disfruté noviembre en Guatemala. El clima era agradable, dejaba de llover y una amable brisa me recibía cada mañana. Además, el ciclo universitario estaba en sus últimas semanas y la ciudad empezaba a iluminarse más. Eran días agradables.

En las principales estaciones de radio, un anuncio se repetía sin parar. Con altas, claras y pausadas voces, un caballero decía “faltan xx días para que inicie el mes más bonito del año”.

Y así, toda Guatemala se prepara para diciembre y la época de las festividades. Las familias comienzan a planificar sus reuniones, los amigos organizan los populares convivios, se respira más compañerismo en las empresas y se vive un ambiente general de optimismo.

Cada noviembre, pienso en lo divertido que era estar allá, pero esta es una nostalgia momentánea. Estoy feliz de haber regresado. Sin embargo, son días como este, a mitad de agosto de un año preelectoral en El Salvador, cuando, lejos de sentirme bien como al escuchar el referido anuncio radial, me embarga un poco de pesimismo, pena y desesperación.

En menos de siete meses acudiremos a las urnas a elegir a nuestros representantes municipales y legislativos para los próximos tres años. Sin embargo, más allá del cliché de fiesta cívica, lo que hacemos es repetir un espectáculo mediocre cada tres marzos.

“Faltan xx meses para la época más fea”, podría decir con algo de resignación el locutor chapín. Y cada salvadoreño debería entender que eso implica centenares de promesas vacías, sonrisas incómodas en las vallas y un fanatismo exacerbado por parte de las diferentes militancias, incapaces de ver progreso en el adversario o hacer críticas a su propio bando.

Es una época desoladora para el país, la temporada electoral. Como si las decisiones públicas no trajeran costos (monetarios y no monetarios), todos los aspirantes a un cargo público repiten eslóganes que riman y se pegan en la memoria del ciudadano. Sin embargo, al hacer una inspección racional de lo propuesto, uno casi irremediablemente encontrará las mismas insensateces y insolencias que por años han acompañado nuestras campañas.

La época más fea, anunciada por tal locutor, no es solo responsabilidad de los candidatos. Tanta parte tienen éstos como los ciudadanos que nunca han hecho un ejercicio serio de cuestionamiento y verificación de datos.

Cuando pueden -o quieren-, los medios de comunicación inician tímidos ejercicios de contraste de discursos con la realidad, pero no son suficientes para traer luz, verdad y razón a las mareas de promesas vacías, las cuales en ocasiones ni siquiera son atribuciones del cargo al que aspiran los candidatos.

Pero el principal afectado por tales decisiones permanece impávido, como si no fuera con este la cuestión. Quizá ve lejano el efecto de las políticas públicas equivocadas o se reconoce como muy chico como para poder cambiar algo.

También puede ser que le dé pereza o es que su pensamiento crítico lo compró un partido en particular.

Ninguna de estas condiciones quita que tantos problemas que lo aquejan, como la delincuencia, el deterioro de las calles, la pobre atención médica o la falta de oportunidades, tienen su génesis en una pobre gestión de la cosa pública. Igual, es probable que permanezca inmóvil.

Mientras esto suceda, la temporada electoral será muy parecida a las carreras de bebés en los famosos programas de juegos de la televisión nacional. Siempre hay uno que va ganando, pero esto no quita que sus movimientos sean torpes y erráticos. Ser el primero no es sinónimo de estar haciéndolo bien. El bebé ganador, fuera del apellido o color de pañal que fuera, siempre estaba dando una demostración de pobre movilidad.

Estamos casi en las mismas, El Salvador. Los que van punteando igual dicen cosas sin sentido. Sin embargo, a diferencia de los programas, aquí las decisiones no entretienen, sino que traen consecuencias y generalmente son muy graves.

Estamos a las puertas de la época más fea de cada tres años. Si no cambiamos nuestra indiferencia hacia la política y no cuestionamos más, seremos tan torpes y culpables del fracaso de nuestro país como son quienes toman las decisiones que ahí nos conducen.

*Columnista de El Diario de Hoy.